Algunos días después…
La ausencia de la hija menor ya comenzaba a hacerse notar en la casa. La nostalgia se intensificaba durante la semana, especialmente cuando la mayor también estaba fuera, estudiando en la capital. El silencio del hogar, antes lleno de voces y risas de las niñas, era casi ensordecedor.
Denise, intentando ocupar la mente, organizaba el armario del cuarto casi listo para los bebés. Doblaba cuidadosamente algunos pañales bordados con los nombres Erik y Eduardo, elegidos con cariño junto al esposo.
Fue entonces cuando el celular vibró con una notificación.
«¿Podemos hablar ahora?» — era un mensaje de Aurora.
Respondió que sí y, sin pensarlo mucho, tomó las llaves del coche. La casa de su amiga quedaba muy cerca, pero planeaba salir un poco después de la conversación con Aurora.
Al llegar, encontró a Aurora en la terraza. Ella sonreía con un brillo en los ojos difícil de ocultar, como si estuviera a punto de desbordar una gran novedad.
— ¿Qué pasó? — preguntó Denise, acercándose, curiosa.
Aurora miró alrededor, bajó un poco la voz y susurró.
— Dê… estoy embarazada.
— ¡Mentira! — respondió dando un salto, con los ojos bien abiertos y el corazón explotando de alegría. — ¡Dios mío, ¿en serio?!
— Acabo de recibir el resultado del análisis de sangre.
— ¿Ya se lo contaste a alguien?
— Todavía no. Eres la primera.
— ¿Y cuándo se lo vas a decir a Oliver?
— En cuanto sepa el sexo — respondió, con una sonrisa llena de planes. — Quiero darle una sorpresa. De esas que no pude hacer cuando tuve a los niños.
— Va a ser hermoso, Aurora. Para lo que necesites, puedes contar conmigo.
— De hecho… — Aurora se inclinó un poco hacia adelante y volvió a susurrar, como si guardara un secreto precioso. — Quiero que vengas conmigo ahora a la capital.
— ¿¡Ahora!? — río, sorprendida.
— Sí. Tengo una cita médica para ver cómo está el bebé… y ya me harán la prueba para saber el sexo. Quiero saberlo cuanto antes.
— ¿Vas a hacer una revelación de género?
— ¡De ninguna manera! Soy demasiado ansiosa para eso. En cuanto tenga el resultado, lo quiero abrir de inmediato.
Soltando una carcajada, Denise preguntó:
— ¿Será que viene una niña ahora?
— Ay, no lo sé… pero confieso que me encantaría — dijo, emocionada. — Sería como cerrar la fábrica con broche de oro.
— ¡Ojalá! ¿Te imaginas? Una princesita para este reinado de varones… ¡Vamos ya, amiga!
— Déjame solo coger mi bolso y avisar a Oliver que voy a salir contigo a hacer unas compritas — dijo animada, entrando en la casa.
— Está bien, te espero.
Apenas su amiga se alejó, Denise se sentó en una de las sillas cómodas de la terraza, estiró las piernas y acarició su barriga, que cada día crecía más. Miró hacia el cielo azul claro, buscando alguna distracción, hasta que vio a uno de los gemelos acercándose a caballo desde la parte trasera de la hacienda.
— Nunca sé cuál de los dos viene… — murmuró para sí, entrecerrando los ojos bajo la luz del sol. — Estos chicos son demasiado idénticos.
Cuando el joven desmontó y se acercó, finalmente reconoció su sonrisa ladeada.
— Buenas tardes, tía Dê — saludó Henri, con una sonrisa amable y una pizca de picardía en la mirada.
— ¡Ah, eres tú! — dijo, sonriendo mientras se levantaba un poco. — Por un momento pensé que eras Gael.
— ¿Todavía no puedes distinguirnos?
— Solo por la forma de caminar y esa sonrisita. Pero hasta las voces me confunden, ¿puedes creer?
Él soltó una risa ligera.


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