Sin poder creer lo que acababa de oír, Eloá soltó una carcajada, negando con la cabeza.
— ¿De verdad crees que te invitaría a dormir en el dormitorio femenino?
— ¿Y qué tiene de malo? Somos amigos —respondió él, manteniendo una expresión más seria de lo que debía.
— ¿Sabías que tengo una compañera de cuarto?
— Lo sé, pero no me importa —replicó, alzando las cejas con tono provocador.
— ¿Hablas en serio?
Ella lo miraba con desconfianza, y solo entonces él no pudo resistir y sonrió.
— Estoy bromeando —río—. Voy a buscar un hotel para pasar la noche. Mi vuelo sale mañana a las diez.
Eloá sacó el celular del bolsillo y miró la hora. Casi medianoche. El campus estaba en silencio y ella sabía que Gael no conocía la ciudad. Y lo peor: estaba a pie.
Mordiéndose el labio inferior, pensó por un momento, hasta que sus ojos brillaron con una idea.
— Creo que sé algo mejor —dijo, con una sonrisa de lado.
— ¿Qué cosa?
— Espérame aquí un minutito —pidió, ya caminando en dirección al dormitorio.
— ¿Eloá? ¿Qué vas a hacer?
Pero ella ya estaba demasiado lejos para oír. Gael suspiró, pasándose la mano por el cabello, confundido y algo ansioso. No podía creer que realmente había ido hasta allí, sin avisar, solo para verla. Era una locura, y lo sabía, pero estaba acostumbrado a hacer locuras por ella.
«¿Y ahora?», pensó, sintiendo el viento frío de la noche, acariciar su rostro. «Sé que le gusta, Henri…»
Pero, aun así…
— Lo voy a intentar —murmuró para sí mismo, con la mirada fija en la dirección por donde ella había desaparecido.
Minutos después, ella regresó con la misma sonrisa en el rostro y algo escondido en la mano.
— ¿Tardé?
— ¿Qué fuiste a hacer? —preguntó él, levantándose.
— Fui a buscar esto —dijo, mostrando una llave.
Frunció el ceño, confundido.
— Es la llave de mi apartamento —reveló.
— ¿El que tu papá consiguió para el próximo año?
— Ese mismo. ¿Quieres venir conmigo?
— Espera… ¿Cómo?
— ¿De verdad pensaste que iba a dejarte pasar la noche por ahí, en un hotel cualquiera, teniendo yo un depa entero esperándome?
— Pero… solo vine a verte un ratito. No quiero molestarte.
— Después de lo que hiciste solo para verme, ¿crees que voy a dejarte ir así como así?
— Pero…
— Sin peros, ¿sí? Vamos a conocer mi apartamento.
— ¿Cómo? ¿Todavía no fuiste?
— No. Desde que llegué he estado enterrada en libros. Solo sé que está a dos cuadras de aquí.
— ¿Estás segura? No quiero que te sientas presionada…
— Gael —dijo ella, ahora más firme—, mañana es domingo. Y sinceramente, no me importa dejar los libros por una mañana. ¿Vamos?
Lo tomó del brazo y comenzó a jalarlo.
Y él fue, con una sonrisa discreta en los labios, feliz de ver que los minutos que pensó robados se estaban transformando en horas inesperadas a su lado.


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