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Destinos entrelazados: una niñera en la hacienda romance Capítulo 489

Confusa por lo que Oliver decía, Catarina frunció el ceño y arqueó una ceja, sintiendo el corazón acelerarse de preocupación.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó, inquieta.

—Creo que es mejor que lo veas con tus propios ojos.

—¿Cómo así? —insistió ella, un poco más angustiada.

—Ven conmigo.

Él extendió la mano hacia ella, como quien sabe exactamente lo que está haciendo. Catarina vaciló por un segundo, pero terminó tomando su mano, aun dominada por la confusión.

En el mismo instante en que se puso de pie, sintió que todas las miradas en la sala se volvieron hacia ella. Parecía que cada conversación se había detenido. Cada risa se había callado. Cada persona estaba simplemente… esperando.

Sus manos comenzaron a temblar.

Sin decir nada, Oliver empezó a guiarla por los pasillos de la casa. Su mente estaba llena de preguntas desconectadas, emociones mezcladas, escenarios confusos que no conseguía organizar.

¿Qué me va a mostrar?

¿Por qué todos me miran de ese modo?

¿Qué está escondiendo Henri?

Cuando llegaron a la puerta del fondo, Oliver se detuvo.

La miró por un instante y luego abrió la puerta.

Una oscuridad total ocupó la visión de Catarina. El patio estaba completamente a oscuras. Intentó entender qué había allí, pero no podía distinguir absolutamente nada.

—Adelante —dijo Oliver, en un tono bajo, casi como una invitación.

Catarina tragó saliva. Aunque no entendía nada, dio el primer paso fuera de la casa… luego otro… y otro más, avanzando hacia la oscuridad que parecía tragarse todo el patio.

El silencio era tan profundo que le hizo contener la respiración. Y entonces… de repente…

Las luces se encendieron de una sola vez. Catarina abrió los ojos, atónita.

La música «Back at One» comenzó a sonar, suave, romántica, llenando el patio oscuro que ahora cobraba vida con pequeñas luces titilando alrededor.

Es innegable que deberíamos estar juntos…

Es increíble cómo solía decir que nunca me iba a enamorar…

La música continuaba, profunda y sentimental, pero Catarina apenas podía respirar.

Cuando sus ojos finalmente se acostumbraron a la luz recién encendida, vio —primero como una silueta, luego con nitidez— una pequeña estructura de madera decorada: un cenador delicado, adornado con flores de colores y tiras de luces.

Y allí, en el centro, de pie, inmóvil… estaba Henri.

Parecía distinto. La ropa impecable, el cabello arreglado, la mirada segura… pero era su expresión lo que le cortó la respiración: una mezcla de nerviosismo y certeza, como si hubiera esperado ese momento toda la vida.

Catarina llevó la mano a la boca. Su corazón golpeó su pecho como si quisiera escapar.

Las piernas le temblaban, pero caminó. Cada paso parecía empujarla más cerca de algo que no comprendía… y más lejos del miedo que la dominaba minutos antes.

Cuando llegó al cenador, vio otras siluetas a los lados: sus padres. Andrea tenía las manos en el pecho, emocionada. Damião, con los brazos cruzados, intentaba parecer firme… pero los ojos brillaban.

La garganta de Catarina se cerró.

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