"¿Qué?"
Me pregunté sorprendida: "¿Esperarme a que termine mi jornada laboral?"
¿De qué iba eso ahora?
"Un amigo me trajo aquí, no tengo carro."
Dijo, mientras extendía su muñeca hacia mí para que viera la hora, "Tú también estás a punto de terminar, ¿por qué no me llevas de camino?"
"Te llamo un taxi."
Saqué mi móvil, pero él frunció el ceño, diciendo con voz suave: "Nunca uso los servicios de transporte público."
Bueno, entonces... Que el principito tuviera aires de grandeza era de esperar.
No tenía nada más que decir y le dije: "Entonces, espérate."
Giré y entré en mi oficina, y Leticia no tardó en acercarse.
Ella me hizo señas con los ojos y me preguntó: "¿Qué hace aquí ese principito de los Galindo que no se va?"
"Espera que lo lleve." Le respondí, resignada.
Leticia se sentó en la silla frente a mí, apoyando los codos en la mesa y la cara en sus manos.
"Acabo de ver que la familia Monroy y su hija parecen tenerle miedo. ¿Por qué no mejoras tu relación con él? En caso de emergencia, podría ayudarte."
"Ni lo sueñes."
La rechacé sin pensarlo: "¿Crees que es alguien que se deja utilizar así como así?"
Podía parecer despreocupado, pero en realidad lo tenía todo bajo control. Nadie podía manipularlo.
Leticia movió su dedo índice en señal de negación, "No, no, no, quién habla de usarlo. Lo que propongo es... un intercambio sincero de corazones..."
"Mejor vuelve al trabajo."
Le di un trozo de pastel que había sobrado del almuerzo, tapándole la boca: "Actuar con premeditación ya no es ser sincero."
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