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DOCTORA DE DÍA, MADRE SOLTERA DE NOCHE. SERIE LOVE MEMORY. romance Capítulo 43

43. “Así se siente la felicidad”

FARID ARAY

—¿Es mí avión papi?— preguntó Emira con la boca abierta, encantada reparando cada detalle desde la nariz a la cola aquel moderno pájaro de metal que yacía imponente en medio de la pista del aeródromo privado cerca del areopuerto internacional de la ciudad de Atlanta.—¿Es mío?¿Mío mío?—repitió otra vez con una sonrisa pícara que provocó en su madre a dos pasos por detrás de nosotros, la mirara con una ceja enarcada por aquel recién descubierto interés por la aeronáutica civil de nuestra hija

—¡Si lo quieres, pues es tuyo!— respondí mordiendo mis labios y mirando fijamente a Camil, que me respondió con una sonrisa cómplice; ella comprendía que aquella frase que yo acababa de pronunciar también iba con ella. Si Camil me quería yo podía ser suyo de por vida. Ella en respuesta mojó sus labios y bajo la cabeza disimulando que se arreglaba el pelo, mientras caminaba frente a la tripulación de la areonave que estaba lista para abordar y despegar rumbo a Orlando.

—¡Creí que sería más grande!— fue la conclusión de Emira después de haber analizado todos los puntos; aún así consiguió que tanto su madr como yo estalláramos en carcajadas.

Entramos en nuevo jet, y ella quedó impávida mirando aquel avión ultramoderno que era mi última adquisición. No era la primera vez de Camil en un jet, ella era hermana de mi socio… aún así se quedó contemplando cada detalle, tratando que no se le notara el asombro.

Emira por su parte… no hizo nada por qué no se le notara lo encantadisima que estaba de estar alli. Apretó cuanto botón encontró cercano a su asiento.

Yo mismo me encargué de ajustar su cinturón frente a mi, mientras que le había una seña a Camil para que se sentara a mi lado.

Por protocolo la luz de la cabina se encendió, indicando que estábamos despegando al cabo de unos minutos de haber abordado.

La nave se estabilizó en el aire y rápidamente ascendimos a los cuarenta y ocho mil pies de alturas, donde ya no se sentían las turbulencias que provocaba la nubosidad baja.

Una sobrecargo de vuelo se acercó de inmediato y ofreció un jugo para Emira y dos copas de Champagne Moet Chamdon para Camil y para mi.

—No vuelas con mujeres, ¿Verdad?— susurro Camil a mi oído, mientras que Emira continuaba distraída mirando por la pequeña ventana que tenía a su lado. —¡La sobrecargo está espantada!— agregó y no pude contener la risa, y me acerque a ella en clara señal de coqueteo.

—¡A la única mujer que me gusta llevar al cielo es a ti Habiba!—pronuncie manteniendo el contacto visual y ella negó con la cabeza en respuesta a mi impertinencia.

—¡No cambias!— se quejó a modo de broma.

Ahora sin embargo, las cosas parecían ir viento en popa. Al punto que Camil me aseguró que a nuestro regreso de Disneylandia hablaríamos seriamente sobre el irnos a vivir juntos.

La bruja de Mara no había vuelto a llamar, y aunque Camil estaba demasiado preocupada, fue Liam quien le aseguró, hacia ya dos dias, que Mara está en perfectas condiciones, a pesar de que el tumor que alegaba tener aparentemente era real y que también lo había llamado a él para darle las quejas de que “el indeseable arábe ursurpador”… o sea yo, estaba junto a Camil.

Quería hacer las pases con el pasado, de verdad estaba dispuesto a haber sacrificios y a dar mi brazo a torcer para que mi relación con Camil funcionara, aunque Mara De La Fuente fuera mi m@ladito punto de quiebre entendia que habían cosas que eran importantes para mi futura esposa… y tenía que ceder aún contra mi voluntad.

—¿Papi ya llegamos?— interpeló Emira abriendo sus ojitos, y yo solo negué con la cabeza. Estaba tan ansiosa que era divertido verla.

—¡No cielo! Nos falta un poco aún— respondo con diversion.

Ella llenaba todo con esos ojos, con su mera presencia el mundo parecía un lugar mucho mejor.

Esa verdad se reveló ante mi en ese momento, y allí en ese avión ridículamente costoso, a casi cincuenta mil pies de altura; con mi hija frente a mi haciéndome la clásica pregunta de «¿ya llegamos» y con Camil rendida a mi lado, pues comprendí que era feliz. Si ese sentimiento que me llenaba el pecho no era la felicidad, pues entonces debía parecérsele mucho.

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