50 UN DÍA DIFÍCIL
CAMIL DE LA FUENTE
Camino apurada por los pulcros pasillos del hospital. Acabo de salir de la entrega de guardia, y el día parece ser prometedor para poner en práctica todos mis conocimientos de medicina.
Marta me sigue a unos pocos pasos, pero esta demasiado ocupada distribuyendo el trabajo de su equipo de enfermeras.
Hoy estaré cubriendo el servicio de urgencias otra vez, además en la tarde tengo dos cirugías programadas, una con Dave, y otra con el jefe de cardiología.
Al menos dormí bastante bien anoche, y Farid me hizo el desayuno y el amor esta mañana antes de salir al hospital. Eso es lo que me mantiene con esta sonrisa estupida en el rostro a pesar de que ya me hayan avisado con palabras hermosas, que esta guardia me destrozará las piernas por las horas que pasaré de pie.
Realmente pienso que debí especializarme en algo más sencillo… quizás dermatología o psicología. ¿Y cómo? Si me apasiona la cirugía general, y lo descubrí recién comencé en la escuela de medicina.
Por fin llego a la sala de urgencias y como siempre y para no variar hay demasiados pacientes, así que comienzo a trabajar de prisa.
Por el momento, solo acaba de llegar un hombre con laceraciones graves en el abdomen, al parecer hechas por algún objeto corta punzante, está vestido con un chaleco verde fosforescente como los que usan en la construccion, «o lo que queda del chaleco».
Asumo que se trata de un accidente de trabajo. Rápidamente examinó las heridas e intento contener la hemorragia. A primera vista y sin necesitar mucho más me doy cuenta qué hay varios órganos afectados. Marta y otra enfermera llegan a asistirme, y me pasan cada vez más gasas, pero nada logra detener la hemorragia.
—¡Necesito la unidad de succión quirúrgica!— le pido a Marta de prisa en un intento de salvar la vida del hombre.
Marta se desplaza y acerca el carrito con el equipo.
La unidad de succión quirúrgica está diseñada para la aspiración de líquidos, partes de tejidos, aire y gases sanguíneos de las heridas y cavidades durante todos los procedimientos médicos. Eso es justo lo que necesito para contener esta hecatombe.
—¡Succión!—pido casi a gritos. Pero nada parece estar funcionando. —¡ Al quirófano!— le ordenó a Marta y ella quita el seguro de las ruedas de la camilla y salimos corriendo como en una maratón en dirección del quirófano cinco, que está libre y disponible para los casos de urgencia.
Dave se nos une de un momento a otro, y me lanza una mirada de reproche que en medio de esta tensa situación me resbala.
Finalmente alcanzamos el quirófano, y Marta comienza en tiempo récord a canalizar las vías del paciente y a conectarlo a los monitores para monitorizar sus signos vitales.
—¡No hay pulso!— grita Marta y sin pensarlo dos veces comienzo las maniobras de reanimación cardiopulmonar.
—¡Carro de parada!— le pido a las enfermeras que me acercan el carro que no es más que un conjunto de cajones y bandejas sobre ruedas que se emplea en los hospitales para el transporte de medicamentos y dispositivos necesarios para dar una respuesta rápida ante un paro cardíaco u otro tipo de emergencia médica
—¡Cinco de Epinefrina!— le pedí a la enfermera de mi lado, refiriéndome a cinco miligramos del fármaco que estimularía el corazón. Dave solo observa como si mágicamente hubiera amanecido sin deseos de salvar vidas, yo no me detengo en él, solo sigo inmersa en mi trabajo.
Con ayuda de Marta que pone el ventilador sobre las vías respiratorias del paciente, presiono el pecho del hombre a un ritmo de cien a ciento veinte compresiones por minuto.
—¡Desfibrilador!— pido con determinación al ver qué no hay señales de mejoría y comienzan a preparar todo para comenzar con la reanimación cardiopulmonar avanzada.
Una de las enfermeras coloca los parches sobre el pecho del paciente, uno debajo de la clavícula derecha, y otro en la parte inferior izquierda de las costillas; yo me preparo a impactarle con la descarga.
Un desfibilador es básicamente un aparato que devuelve el ritmo adecuado al corazón. Es muy eficaz para la mayor parte de los llamados paros cardíacos, que en su mayor parte son debidos a que el corazón fibrila y su ritmo no es el correcto.
—¡Carga a doscientos Joules!— pido y la enfermera gradúa el equipo semiautomático. —¡Despejen! —grito y espero mientras el aparato se toma un segundo para escanear el corazón de paciente.
La tensión dentro del quirófano solo aumenta hasta que por fin le aplicó la descarga de energía.
—¡No hay pulso!— indica Marta y Dave niega con la cabeza.
—¡Carga a trescientos Joules!— pido nuevamente y repito el procedimiento.—¡Despejen!— Otra vez tocó con los desfibriladores el pecho del cuerpo inerte, que se levanta de la camilla al entrar en contacto con la descarga eléctrica.
Esta vez es Marta quien niega con la cabeza.
—¡Carga a cuatrocientos Joules!—exijo con la adrenalina corriendo demasiado a prisa por mis venas.
—¡Basta Doctora De La Fuente!— ordena Dave con tono de voz bastante obstinado.
Aún así miró a la enfermera y sin detenerme vuelvo a exigirle.
—¡Cárgalo!¡Ahora!— el quirófano ahora mismo es una lucha de poder, pero estoy aquí para salvar vidas, así que cualquier intento vale la pena.—¡Despejen!—después del tercer intento, nada. Sigue sin haber pulso.
—¡Decláralo!—exige Dave siendo innecesariamente duro—¡Declara la hora de muerte!— repite y lo miró sin entender a qué se debe su m*****a molestia de esta mañana.
Marta se acerca a mi, y palmea una de mis manos, para que haga lo que dice de una buena vez y evite tener problemas con él, todos saben que cuando está de mal humor puede llegar a ser un m@ldito grano en el cūlø.
—¡Hora de Muerte, 9:02 am!— informó en voz alta para luego dar la espalda y quitándome los guantes salgo del quirófano, molesta conmigo, con la jodid@ actitud de Dave, y con la vida. Si son a penas las nueve de la mañana y ya acabo de perder a un paciente, el día parece ser más duro de lo que espere.
“Mami, ya llegamos al colegio. A mi papi se le quemaron los panqueques pero no tuvimos que llamar a los bomberos.¡Salva muchas vidas hoy, y regresa mañana temprano a casa!. Papá y yo te estaremos esperando. ¡Te amamos mami!. ¡Eres nuestra heroína!”.
Obviamente su padre le explicó el guion de lo que tenía que decir y Emira puesta y dispuesta accedió a enviarme ese audio.
La última frase la decían a coro, ella y Farid; tengo que reconocer que sonó absolutamente hermosa, y con la mañana de mierd@ que estaba llevando me mejoró bastante el día.
Pero sobre todo me llenaba de amor que la niña estuviera con su padre mientras que yo trabajaba, como una familia completamente funcional, como siempre debió haber sido.
—¡Atlanta llamando a Camil!—comentó Marta a mi lado. —Creo que el Sultán tiene Valium en la poll@— se burló riéndose a carcajadas— te tiene medio tonta, como drogada.
—¡Marta Farid no es sultán, es un jeque!— le corregí riendo también ante sus ocurrencias.
Ella se subió de hombros con descaro, se mordió los labios buscando dejar de sonreír.
— Los títulos y nombres no valen Camil. Si te soy sincera no sé en qué se diferencia un jeque de un m@ldiyo sultan. Lo importante es como te hace sentir a ti, si ese hombre te hace sentir como la put@ ama del universo cuando estás con él, no importa que sea un rey, un príncipe, un jeque o un plebeyo—aseguró mirándome a los ojos.
—Me siento como la puta ama del universo— le confirmé y ella se mostró demasiado satisfecha con esa información. —Solo dime algo más…¿Qué tan grande la tiene?
—¡Marta!— la regañe casi atorándome con mi propia saliva.
—Camil, ¡por Dios! ¡No seas santurrona!— dijo rodando los ojos— cuando uno ve a un espécimen como él: alto, fuerte, con un rostro esculpido por Los mismísimos ángeles, esos fulminantes ojos verdes, y ese cuerpo con músculos que uno no sabía ni qué existían…. ¡Bueno que nada es Perfecto hija!, y el defecto puede estar donde uno menos necesita que esté.
Esta vez soy yo quien estalla en carcajadas pero tampoco respondo. Una sirena de una ambulancia interrumpe nuestra conversación y ambas avanzamos mientras se detiene el vehículo en un dramático frenazo . El paramédicos abre rápidamente las puertas, y saca la camilla trayendo a un paciente con un traumatismo craneal severo.
—¡Vienen otras dos ambulancias!— informa mientras lucha por abrir la camilla y entrarla por las puertas dobles— ¡Accidente en una de las minas de Oro de Nevada Gold King, cerca de la ciudad!
Ayudo a estabilizar al paciente y Marta se va con los Neurocirujanos de guardia, camino a los quirófanos.
Quedo junto a la puerta en espera de la siguiente ambulancia, y mi teléfono comienza a sonar en mi bolsillo. Como aún no se escuchan las sirenas, sencillamente tomó la llamada.
—Ven a buscarme al areopuerto, acabo de aterrizar en Atlanta— ordena la voz pétrea del otro lado de la línea.
—¿Mamá?—inquiero confundida, pero en ese instante las sinenas se hicieron escuchar. —¡Mamá lo siento! ¡Ahora mismo no puede ser, estoy en medio de una urgencia. Tengo que colgar.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: DOCTORA DE DÍA, MADRE SOLTERA DE NOCHE. SERIE LOVE MEMORY.