56 LAS PIEZAS DE UN AJEDREZ
NARRADOR OMNISCIENTE
Las primeras gotas de lluvia habían comenzado a caer sobre el asfalto cuando Camil logró llegar a su coche.
Le ardía la garganta por las lágrimas que estaba conteniendo. La furia se había metido en sus venas como una droga poderosa, o como epinefrina hacían do que su corazón latiera a prisa.
Mara siempre sacaba de ella lo peor, pero también su lado más vulnerable. Su parte más débil y el recuerdo de los años que vivió siendo una marioneta por ganar un poco de atención.
Entró en aquel vehículo que Farid había comprado para ella, y sin pensar lo puso en marcha. Estaba tratando de no romperse, pero entonces se dio cuenta que a penas estaba respirando.
Soltó el aire en un triste suspiro y plantó ambas manos en el volante, sin tener todavía el valor de encender el motor del coche.
Se inclinó hasta posar su frente sobre la parte superior del volante. Cerró los ojos y dos lagrimas amargas de frustración corrieron por sus mejillas.
A fin de cuentas nada había cambiado. Mara seguía siendo Mara y ella era una idiota que creyó que esa mujer podía haber cambiado con los años, y con la soledad.
A su madre solo le importaban dos cosas, su propia persona y el dinero pero con la dosis exacta de clase. Farid para ella, aunque tuviera miles de millones de euros, siempre sería inaceptable por su origen.
Por fin se obligó a levantar la cabeza, y se limpió las lágrimas con cuidado. Sabia que de desplomaría más tarde, solo que esperaba hacerlo en los brazos del único hombre que se dio cuenta que tan rota estaba, el único que notó su profunda tristeza, y que le mostró que auto destruirse no era la solución. Por Farid y por la confianza que puso en ella, era que había dejado de lamentarse de su suerte y había tomado las riendas de su vida.
¡Así que no! A pesar de lo que creyeran muchos… Farid nunca se había aprovechado de su candor. En primer lugar porque ella carecía de algún vestigio de inocencia cuando la pusieron en las manos del árabe bruto.
Al cabo de varios minutos había logrado calmarse un poco, así que levantó la cabeza y encendió el vehículo y lo puso en marcha.
Su cabeza era un enredo de pensamientos demasiado deprimente, así que hizo un esfuerzo sobrehumano por concentrarse en la vía.
Solo deseaba llevar a aquella mansión blanca, que tantos sueños le había vendido. Allí en aquella casa, con su hija y con el jeque era feliz. No porque fuera una casa grande o porque ella necesitará mucha riqueza, sino porque allí el árabe le había prometido y futuro cuidándolas, y procurándoles. Allí él se despertaba para hacerle desayuno, y si, le encantaba que después de tantos años por fin tuviera alguien que se encargara d e consentirla a ella también. Le había tocado crecer de prisa, pero aún en su interior tenía cicatrices abiertas de la niña solitaria que había sido aún rodeada de demasiada gente.
El camino de regreso a casa le pareció interminable, pero por fin llegó y suspiró aliviada al ver que el coche de Farid estaba en casa.
Aparcó en la calle y ni tan siquiera se preocupó en bajar su bolso del coche. Necesitaba el refugio de todo qué le brindaba el pecho de Farid. Acurrucada en él se sentía cuidada, amada, reconfortada y segura; y eso era lo que más necesitaba en ese momento.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: DOCTORA DE DÍA, MADRE SOLTERA DE NOCHE. SERIE LOVE MEMORY.