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El Alfa romance Capítulo 104

'Si… Minerva estoy bien. Un id*ota que se metió en la carretera, eso es todo. De todas formas estoy en el centro… lo más probable es que sea uno de esos ad ctos…' Respondió Amaris con voz temblorosa.

'Amaris, no cuelgues y tampoco abras la puerta…' Le advirtió Minerva, en un tono algo preocupado.

'Minerva, no te preocupes, la verdad es que parece fuera de sí. Incluso yo podría moverlo y sacarlo del camino. No puedo dejarlo ahí'. Comentó Amaris mientras soltaba un suspiro fuerte.

¿Alguna vez podría disfrutar de un día tranquilo? Aunque sea un par de horas.

'Amaris, ¿estás loca? ¡¿No ves películas de terror?! No te conviertas en una futura víctima por amor de Dios. Solo… espera ahí, conduce o lo que sea, pero no salgas del m*ldito auto'. Me gritó Minerva enfadada por el altavoz.

Amaris se rio un poco.

'No soy una niña, Minerva, sé cuidarme sola, además, sabes que Maena no tolerará tonterías y estamos a media tarde. No pasará nada'.

'Amaris, te estoy advirtiendo… los psicopatas no necesitan un momento particular del día para atacar. Solo aparecen y luego BOOM estás en una bolsa para cadáveres'.

'Tal vez sean ellos los que acaben en una bolsa para cadáveres cuando yo termine con ellos. Minerva esto es la vida real, no una película de terror, asi que relajate. El tipo luce herido… A lo mejor…'.

'¡Pero así es como te atrapan, m*ldita sea!'

'Basta, Minerva. No te preocupes. Te llamaré cuando lo haya llevado a un lugar seguro. De verdad parece que está herido… quién sabe si ya ha sido atropellado por un auto o lo que sea…'.

'¡¿Amaris, que demonios te pasa?!'

'Te llamaré tan pronto haya terminado y esté de camino a la cafetería otra vez'. Amaris soltó un suspiro, cansada ya de la discusión, y colgó la llamada.

Minerva estaba angustiada sin motivo. Agradeció su preocupación, desde luego, pero ya no era una niña. Ahora podía defenderse sola.

Frunció los labios, se guardó el teléfono en el bolsillo y abrió la puerta, sin dejar de mirar la inquietante figura del hombre que tenía delante, mientras las bocinas sonaban enfurecidas detrás de ella y los furiosos conductores los esquivaban en la carretera.

El hombre la miraba inexpresivo, con las mejillas y los ojos hundidos, que resultaban chocantes de ver. Daba la impresión de haber pasado hambre, o de haberse alimentado en exceso, y a Amaris se le revolvió el estómago de solo pensarlo.

Si no era un ad*cto, entonces necesitaba ayuda médica. No tenía buen aspecto.

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