Alejandra seguía debatiéndose entre entrar o no a la habitación, le temía demasiado al dueño de la mansión, pero su gran corazón le dió el valor para entrar al cuarto.
La bella rubia tomó el picaporte y abrió la puerta, caminaba con cuidado de no hacer ruido, su verde mirada recorrió la amplia habitación pero no encontró a nadie, el sonido de la regadera llegó hasta ella, entonces a paso lento abrió despacio, pronto tuvo ante ella el trabajado e imponente cuerpo del hombre que habia visto antes.
Los tatuajes agresivos y a la vez hermosos, sobresalían de sus brazos, pecho, manos, en las piernas y el cuello, Alejandra estaba impresionada, ese hombre parecía un demonio pero con belleza varonil extrema.
De su mano derecha caían unas gotas de sangre, todavía tenía el puño cerrado, su cabeza estaba recargada en el vidrio, sobre el corría el agua caliente, el cabello lacio ligeramente largo, cubría parte de su frente.
Alejandra se fué acercando hasta quedar justo frente al cristal, sus mejillas se sonrojaron al ver completamente desnudo al apuesto CEO, quiso no alertarlo de su presencia, estaba a punto de dar media vuelta y marcharse, Pero por los nervios tropezó un poco y sus manos golpearon el cristal, eso alertó al malhumorado hombre.
— ¿¡Quién está ahí?! ¡hable, no voy a volver a repetirme! — por un momento Deeguel, pensó que podría tratarse de uno de sus enemigos, y se preparó para defenderse.
— Se...señor... soy yo, escuché un golpe y pensé que alguien podría estar herido, su mano está sangrando, déjeme ayudar a curarlo.
— ¡No necesito que me cures, lárgate de aquí! ¿creí haber ordenado que no quería que te cruzaras en mi camino? ¡fuera de mi habitación, ahora!
Alejandra se sintió aterrada, nunca nadie le había gritado de esa manera tan cargada de desprecio, sus bellos ojos se humedecieron y como pudo obligó a su cuerpo moverse para salir de la lujosa habitación hasta llegar a la suya y meterse a la cama a temblar y a llorar, había cometido un grave error y había hecho enfadar al mismo demonio.
El pequeño Emill, la había visto a la hermosa rubia correr a su cuarto muerta de miedo, también había escuchado los gritos aterradores de su padre, él entró a la habitación y pudo ver qué su papi estaba herido.
— Eres el campeón cuando se trata de asustar a las mujeres, la señorita Alvarez, salió de aquí aterrorizada por tí. se bueno, papá
— ¡Nadie le dijo que entrara, eso se gana por meterse en lo que no le importa, invadió mi privacidad! — el hombre estaba muy molesto, eso era por qué no le gustaba que nadie lo viera con esa discapacidad, no quería la lastima de nadie puesta sobre él.
— Estás herido, seguro que ella solo quería ayudarte — el inocente niño quería que a su padre también le gustara la joven rubia
— Esta es mi casa, no puede andar por dónde quiera a su antojo, mucho menos en mi habitación, no debió entrar aquí, además, ¿cómo es que sabes su apellido? — el hombre seguía molesto.
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