"Sí, estoy aquí", respondió Debbie por teléfono. Estaba demasiado distraída por la preocupación como para prestar atención a lo que hablaba con Jeremías. Todo lo que quería saber era si Carlos la iba a regañar por emborracharse. ¿La castigaría por eso? Después de todo se había estado mentiendo en líos en todo estos días.
Salió de la cama y se paró de un salto, luego le dijo: "Lo siento, Jer, tengo que irme. Hablamos más tarde". Luego colgó sin esperar a que Jeremías respondiera y corrió al baño con la sensación de que tenía la cabeza dividida en dos. '¿Qué debería hacer ahora? ¿Rebelarme? ¿Pedirle disculpas?', se preguntaba Debbie en la bañera.
Si ella se rebelaba, ¿terminaría siendo enterrada viva? Eso no sonaba tentador en absoluto. Así que... si en lugar de eso, se disculpaba, ¿tendría misericordia ese aristócrata autoritario? ¿Sabía siquiera cómo perdonar?
Continuó reflexionando sobre la idea, y pensó en intentarlo. ¿Qué tenía para perder? Disculparse parecía la opción más fácil, si funcionaba ya no tendría que preocuparse.
Decidida, terminó de bañarse rápidamente y bajó las escaleras.
Julie, que estaba pensando en subir para despertarla, se alegró de verla bajar. Con una mirada complacida, la sirvienta le pidió a Debbie que tomara asiento mientras ella sacaba su almuerzo.
En la mesa, justo cuando estaba por empezar a comer, de repente se le ocurrió una idea. '¿Qué tal si le preparo una comida y se la llevo a su oficina? ¡Tal vez se sentirá tan conmovido por mi gesto que no tendrá más remedio que perdonarme! Mmm...'.
Sonriendo, la chica agarró la cuchara con fuerza, y pensó para sí misma: '¡Genial, Deb!'.
La idea cobraba más y más sentido para ella, su prioridad no era el divorcio, sino evitar ser reducida por su marido aristócrata.
Y ahora que lo tenía claro, pensaba en cómo apaciguar a un marido enojado. Ya era hora de empezar a actuar o eso creía.
Mientras más lo pensaba, sin embargo, más le venían a la mente otros desafíos. 'Mmm...', pensó, frunciendo el ceño un poco. 'El tema es...', y se miró el regazo; cerró los ojos y se mordió el labio, avergonzada. Cocinar parecía una gran idea hasta que se dio cuenta de un pequeño problema que podría influenciar el resultado de forma directa. ¿Cómo pudo pasar por alto la clave de su plan? Para llevarle a Carlos algo tan delicioso como para hacerle olvidar cómo se llamaba, lo primero que necesitaba saber era... ¡cocinar! Por suerte, pensó en la mejor maestra que cualquiera podría pedir.
Por un momento, la inexperta chef dudó parada en un rincón. Al observar a Julie tan hábil en la cocina, Debbie se dio cuenta de lo afortunada que era al tener a alguien que la ayudara a lograr su objetivo. Al mismo tiempo, todo le parecía extraño y, a la vez, emocionante.
Toda la tarde, se oían sonidos de cocción, golpeteo de utensilios que venían de la cocina, y el aceite chisporroteaba por todos lados. Hasta este momento, Julie nunca imaginó que las cacerolas, platos y cucharones pudieran hacer tantos ruidos y sonidos distintos; era como si se estuviera librando una batalla en la cocina.
Alrededor de las cinco y media de la tarde, todo se había apaciguado. Para alivio de Julie, la casa parecía estar en paz una vez más.
Al ver a Debbie poner la comida en una lonchera, Julie se secó las gotas de sudor de la frente mientras suplicaba: 'Por favor, que le sienta bien al señor Hilton. Por favor...'.
Cuando Debbie terminó de preparar todo, lucía triunfante. 'No fue tan difícil, ¿verdad?', pensó con orgullo.
Se puso las manos en las caderas y respiró hondo, era hora de dar el paso final de su plan perfecto. La próxima parada era la sede del Grupo Hilton.
Ubicado en la zona más concurrida de la ciudad, el asombroso edificio de la oficina principal del Grupo Hilton, con 88 pisos, se elevaba hacia el cielo, unido al rascacielos de 66 pisos de al lado por diez puentes de arco, en el aire.
No solo el Grupo Hilton, sino más de mil empresas de todo del mundo también tenían sus sedes allí.
Debbie había pasado por el edificio tantas veces: era uno de los puntos emblemáticos de la ciudad Alorith, sin embargo, si no hubiera sido porque Emmett había compartido la dirección de la compañía con ella, no habría recordado que allí era donde trabajaba Carlos.
Por lo que ella sabía, el Grupo Hilton tenía negocios en muchas industrias como alta tecnología, bienes raíces, cosméticos, ropa y entretenimiento.
Carlos era muy respetado como jefe de un grupo tan enorme, a pesar de su edad, ya que su éxito y capacidad hablaban por sí solos.
Debbie imaginaba con algo de asombro, la presión y responsabilidades que su trabajo involucraba.
Cuando entró en el edificio con la lonchera, se encontró con algunas personas que se iban luego de terminar su jornada laboral.
Llevaba puesta una camisa blanca debajo de su abrigo, con un par de jeans y zapatillas blancas; y su cabello púrpura recogido en un rodete. De una sola mirada se podía decir que era una estudiante universitaria. Su energía joven y vigorosa incluso podía parecerle a algunos de que todavía podría estar en la escuela secundaria.
Una chica así no se veía a menudo en el edificio, y por lo tanto, era difícil pasar desapercibida. Más y más personas salían de sus oficinas y algunos de ellos empezaron a preguntarse a quién iría a visitar la chica.
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