Delia dejó que la serpiente se deslizara de la rama del árbol que ella estaba sosteniendo, y cuando se volteó se echó a reír por la expresión tan graciosa de Julio. Manuel se quedó fascinado con su risa; era tan elegante y refinada como las aromáticas flores de la primavera. Julio le dio un golpecito en el pecho a su compañero y fingió toser cuando vio que el otro estaba en las nubes.
-¡Ejem! ¡Señor, todavía tenemos varias tareas que cumplir! —Las palabras de su compañero hicieron que las apuestas y delicadas facciones del rostro de Manuel se transformaran en una expresión rigurosa.
-¿Qué tareas son esas que deben cumplir? -preguntó Delia con curiosidad e indiferencia.
Manuel y Julio se miraron el uno al otro durante un rato. Delia observó a los hombres que se habían quedado en silencio, pero luego recordó de repente que ella los había visto en un vehículo militar cuando estaban en Ciudad Ribera y después los había visto de nuevo aquí, en medio del bosque.
«Si ese es el caso...». Delia parecía haber atado los cabos sueltos, pues fue hacia su cesta de bambú para buscar las amapolas y se las entregó a Manuel.
-¿Es esto lo que andan buscando?
—Estas... —Julio miró a Manuel luego de ver las flores que la chica tenía en sus manos.
—¿De dónde las sacaste? -preguntó Manuel con frialdad mientras fruncía el ceño.
-Si van a la cima de la montaña, encontrarán un campo con amapolas que cubre las terrazas del costado de la misma. ¿Por alguna casualidad ustedes son agentes de la Administración de Control de Drogas? —preguntó Delia, que todavía no caía en cuenta.
Ellos estaban en la frontera y este tipo de acontecimientos era bastante común, así que los hombres se miraron el uno al otro y no le respondieron la pregunta a Delia.
La chica comprendió lo que estaba sucediendo y le entregó las flores a Manuel, mientras les respondía con
una sonrisa:
—Tomen estas y váyanse, y así no tendrán que subir hasta la cima de la montaña. El camino hasta allá arriba es peligroso, pues está rodeado de terrenos montañosos y yo no podré ayudarlos si se pierden allá adentro, así que les aconsejo que regresen y piensen en una mejor opción.
Manuel tomó las flores y se las entregó a Julio, quien las puso dentro de la mochila que llevaba encima.
Una sensación helada tomó de sorpresa a Delia y se adueñó de su cuerpo hasta aferrarse a su cuello como una soga. El beso solo duró unos segundos y luego él mismo se alejó de los labios de la chica.
-Me dijiste que querías la luna y las estrellas, así que yo las mandé a bajar y con ellas te hice un collar -susurró Manuel mientras se acercaba al oído de Delia—. Nena, en cuanto termine con el trabajo, yo volveré a ti. Quizás no pueda alcanzarte en casa, pero espera mi regreso con paciencia, por favor.
Cuando Manuel mencionó su casa, se refería a la Mansión Colina, que era el lugar donde él había dejado que Mariana viviera. Él pensaba que quien estaba frente a él en este momento era Mariana Suárez, la mujer que estaba viviendo en su villa. «Nunca tuve la oportunidad de visitarla cuando estaba en la Mansión Colina, pero no me esperaba que el destino nos reuniera aquí; estoy tan agradecido por esto, pues pude verla sin tener que viajar tanto hasta allá».
Cuando Manuel terminó de hablar, le dio un beso de despedida a Delia en la frente que la dejó congelada en el lugar por la sorpresa. El beso encendió una llama que se esparció hasta sus oídos y el acaloramiento que él dejó en su frente y sus labios no se sosegó, sino que la confundió cada vez más, incluso cuando él ya estaba subiendo al asiento del conductor.
El vehículo todoterreno se comenzó a alejar poco tiempo después y Delia se quedó pensando en esos sentimientos que no sabía que tenía. Ella ni siquiera estaba confundida por su presencia; fue su beso lo que la hizo entrar en pánico y la dejó sin saber qué debía hacer.
«Esta debe ser la segunda vez que veo a ese hombre desde aquella noche. La primera vez fue frente al mercado de frutas, cuando él me besó a la fuerza antes de marcharse apurado. Esta vez sucedió lo mismo, pues se marchó tan rápido como llegó y dijo un montón de sandeces que me dejaron muy confundida».
Cuando Delia recuperó la compostura, notó que tenía un elaborado collar con un colgante de aerolito colgado alrededor del cuello. La cadena era de platino y el aerolito negro con forma de corazón estaba incrustado en un pesado cristal transparente. Al ver este collar, la chica se dio cuenta de repente de otro detalle: ella parecía haber perdido el medallón de jade que él le había obsequiado. Delia no lo había visto mientras empacaba sus cosas antes de mudarse y ni siquiera recordaba dónde podía haberlo puesto.

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