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El amor leal del mal CEO romance Capítulo 16

«Da igual, debo dejar de pensar mucho las cosas e ir a casa». Delia frunció sus labios mientras se quitaba el collar para guardarlo en el bolsillo de su blusa, donde estaría seguro, y después se giró para seguir las sendas del campo de arroz.

Mariana fue el centro de atención en su pueblo natal durante los últimos días, mientras que sus abuelos se jactaban de lo buena que era su nieta con ellos, también alardeaban por el hecho de que Mariana había conseguido un novio perfecto con el cual se casaría pronto y de que todos debían asistir a su banquete de ceremonia. Sin embargo, todavía nadie había visto siquiera al novio de Mariana durante todos esos días que ella había estado en el pueblo. Ella había hecho que su regreso al pueblo fuera todo un acontecimiento y todos habían esperado que su novio se presentara, como era habitual. La Señora Lima había decidido enfocarse en este detalle durante la cena.

—¡A pesar de que su novio tiene mucho dinero, él no tiene modales, así que no debe ser tan buen hombre! -comentó la señora con un tono resentido.

Delia permaneció calmada mientras defendía a Mariana: -Él es rico, así que debe estar ocupado ganando su dinero. Mariana ni siquiera estuvo aquí para presentar a las familias de cada uno, así que deberías parar de denigrar a su novio.

—Oye, ¿no crees que estás siendo muy indulgente con ellos, mocosa? -dijo la Señora Lima en tono arrogante.

—No soy indulgente. Yo solo creo que no deberías estar hablando a sus espaldas -respondió Delia mientras fruncía sus labios.

-Bien, no voy a gastar mis energías discutiendo contigo. De todos modos, nunca esperé que te casaras con un hombre rico. -La Señora Lima puso los ojos en blanco y continuó comiendo. El Señor Lima se mantuvo en silencio durante el intercambio.

Delia sacó el teléfono para llamar a su hermano Ernesto después de la cena.

-Ernesto, ¡es Delia!

-¿Por qué cambiaste tu número de teléfono?

-Es que regresé a casa. El número que tenía era de la Facultad de Arquitectura de Ciudad Ribera y costaría más si lo usara aquí, por eso lo cambié.

—¿Estás en casa? ¿Por qué regresaste de manera repentina? ¡Solo falta un mes para que empiece la universidad de nuevo!

-Ernesto, ¿puedes prestarme diez mil?

-¿Para qué?

-Para la matrícula de segundo año y mis gastos corrientes.

-¿Por qué no se los pides a mamá y papá?

-No me los van a dar...

-¡Pero yo tampoco tengo tanto dinero! Ya me conoces; no tengo ahorros porque gasto hasta el último centavo, ¡y después le pido más a mamá y papá!

-Entonces... pensaré en otra forma... -dijo desanimada.

Ernesto se sintió un poco culpable y le sugirió:

—¿Por qué no vienes el último mes de las vacaciones de verano a trabajar a la ciudad donde vivo? ¡Es una de las ciudades portuarias más grandes del país!

—Ni siquiera puedo encontrar trabajo en Ciudad Ribera. Será imposible que encuentre uno en tu ciudad... -Ella se sentía insegura.

Él rio y dijo:

-¿A qué se debe la preocupación? ¡En la vida siempre hay una salida! ¡Ven adonde vivo y yo me ocupo de ti durante ese mes! ¡De una manera u otra, encontrarás un trabajo que cubra tus gastos!

-¿No hay más asientos duros disponibles? ¿Y camas duras o incluso suaves? ¡Compraré un boleto siempre que haya uno! -preguntó Delia de manera sucesiva, pues no pensó que sería tan difícil adquirir un boleto para Ciudad Buenaventura esa noche.

Al cobrador se le estaba agotando la paciencia y dijo:

-¡Ya no quedan boletos para esta noche! Puede comprar uno para pasado mañana, que es para cuando tenemos boletos disponibles.

—Disculpe, me gustaría devolver este boleto de asiento suave para Ciudad Buenaventura. —Justo en ese instante, una voz de barítono grave provino de la taquilla de reembolso junto a ella. Delia se acercó a él a toda prisa y le agarró la mano de forma imprudente en cuanto se percató de su intención de reembolsar el boleto a Ciudad Buenaventura.

-Señor, ¿puedo comprarle el boleto? -le preguntó ella con seriedad mientras se enfocaba en el boleto que él tenía en la mano. Al agarrarlo, le temblaba la mano y su rostro pálido indicaba que había llorado. Su penosa apariencia en general le desgarró el corazón al señor. Era evidente que estaba decidida a viajar a Ciudad Buenaventura.

Él se compadeció de ella y le habló con delicadeza:

-Por supuesto, pero tendrá que soltarme para poder darle mi boleto. -Sus palabras hicieron que se diera cuenta de que le había estado agarrando la mano de manera atrevida.

—¡Lo... lo siento! —Lo soltó de manera inconsciente al disculparse con él con torpeza.

-No pasa nada. -La voz del hombre, tan dulce como siempre, hizo que ella lo mirara.

Estaba vestido con un traje plateado que lo hacía lucir elegante y casi de otro mundo. Era alto. Medía al menos un metro ochenta, pero su constitución era delgada. Sus facciones eran una obra de arte creada por las manos de Dios, tan definidas e inmaculadas como aquellas de los protagonistas mestizos de las novelas.

«¡Qué bien se ve!», fue lo primero que pensó Delia de aquel hombre. Y quizás era la primera vez que lisonjeaba a alguien, o quizás la segunda vez.

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