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El Bebé Nos Cambió el Plan romance Capítulo 7

Viviana bajó la mirada, completamente acorralada. Después de pensarlo un momento, solo pudo asentir.

—Está bien.

Justo cuando los dos estaban por marcharse, David, que llevaba rato parado a un lado como si no entendiera nada, de pronto reaccionó y gritó con preocupación:

—¡Presidente Serrano...!

—Espéranos aquí —respondió Fabián sin mirar atrás.

David asintió por inercia.

—Ah, está bien...

Pero al segundo, abrió los ojos como plato.

—¡No, espera...!

Ya era tarde. Los dos se habían alejado y David solo pudo tragarse todo el desconcierto que sentía.

Se quedó ahí, sintiendo como si el mundo entero se hubiera olvidado de él tras despertar de un sueño.

¿El mes pasado?

¿Hotel D'Or?

¿Un hijo?

No era tan difícil de entender, y cualquiera podría armarse el cuento en la cabeza. Pero lo que David no lograba asimilar era que todo eso tuviera que ver con su jefe, el presidente Serrano.

Apenas el mes pasado, Fabián se había tomado solo dos días de descanso. ¿Cómo pudo pasar algo tan grande en tan poco tiempo?

Qué ingenuo había sido. Fabián llevaba días actuando extraño y él, pensando que solo era buena persona.

Aunque, siendo justos, cualquiera se hubiera confundido. Fabián siempre se mostraba tan reservado, y ni siquiera miraba a las mujeres cuando se cruzaban con él. ¿Quién iba a imaginarse semejante cosa?

De repente, David recordó algo y se le puso la piel de gallina.

¿Acaso hace un momento le había llamado, aunque fuera de forma indirecta, un patán de esos que dejan a la gente tirada?

¡Caray! ¿Y ahora qué iba a hacer?

¿No le irán a descontar del sueldo por eso?

En un par de segundos, el susto de David se transformó en pura preocupación.

Al notar lo incómoda y a la defensiva que estaba, decidió cambiar de estrategia y abordar el tema de otra manera.

Tal como lo esperaba, Viviana se quedó en blanco, olvidándose incluso del bebé. Su cara enrojeció por completo, deseando que la tierra la tragara.

—Yo... yo no lo hice a propósito... es que, ese día yo...

Las palabras se le atoraron, sabiendo que cualquier intento de explicación sonaba inútil.

Entonces se armó de valor y preguntó con voz temblorosa:

—Dime, ¿cuánto quieres?

Lo miró de reojo y agregó:

—O sea, sí, tú te ves mejor que otros, pero tampoco exageres. Además... bueno, tampoco saliste perdiendo.

El final sonó casi como un susurro.

Fabián la observó, el semblante oscuro como si acabara de quemarse con carbón. Se rio, incrédulo.

—¿De verdad piensas que soy ese tipo de persona?

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