CAPÍTULO 5.
Las seis de la mañana y yo lo único que deseo es seguir en mi cama, apartada del mundo que me exige que salga.
Como por ejemplo cuando te llueven miles de posteos en Instagram que intentan incentivarte para que hagas algo productivo pero lo único que provocan es que sientas una horrible ansiedad.
Como la que estaba sintiendo en aquel momento al no poder poner en marcha el coche. Tenía una mano apretando el volante y otra en las llaves.
La incertidumbre por saber si aquella mañana me encontraría con Tom Voelklein me estaba matando.
No quería hacerlo, pero a la vez sí ya que quería arrojarle la caja en el rostro para decirle a los gritos que yo no sentía atracción por él y dejarlo como un patán frente a todos.
Hombres, estúpidos hombres que creen que pueden tener a una comiendo de la palma de la mano cuando se les apetezca. Dentro de la caja, además de la absurda carta, había un bonito conejo de peluche de orejas largas y de color blanco.
¿Un conejo? ¿Por qué me regaló un conejo de peluche? ¿Qué clase de mensaje de desamor y tipo frio quería brindarme dándome un estúpido conejo el cual ahora dormía conmigo porque era super suavecito?
Que cosita linda era ese peluchito.
Quizás tenía la intención de regalármelo para que todo mi amor lo deposite en un objeto y no lo enfoque en él.
Aunque no me atormentaba del todo el conejo, sino, sus últimas palabras que hacían referencia a que había cámaras en el baño de damas. De eso no estaba enterada, deseaba que fuese una broma.
Debería preguntárselo a Karen, la jefa de seguridad para corroborar la información.
—¿Quién demonios te crees que eres, Voelklein? —siseo, dejando caer mi frente contra el volante.
En cuanto llego al hotel me pongo el uniforme en el vestuario. Huele a lavanda. Es mi aroma favorito. Mis compañeras también se están preparando para otro día laboral.
Me dirijo al espejo para recoger mi cabello por completo en un moño alto. Busco en mi bolso unos pendientes pequeños y me los coloco en las orejas. Un poco de rubor, un poco de rímel en mis pestañas y listo. Impecable como mi preciado hotel.
Oigo que mis compañeras cuchichean demasiado y como la curiosidad es más fuerte que yo, agudizo los oídos.
—Jamás hubiese esperado que recibiría una caja por parte de él —dice una.
—El señor Matt Voelklein nunca hizo algo semejante.
—¿Acaso Voelklein Junior está desesperado por tener la aprobación de todos sus empleados? Porque así lo percibo —comenta otra.
Dejan de hablar en cuanto se percatan que las estoy escuchando e intercambiar miradas. Miro hacia otro lado rápidamente. Agarro mi bolso, lo guardo en mi cubículo el cual cierro con llave y me marcho del vestuario para comenzar mi mañana laboral.
Camino por el pasillo del hotel para ir al cuarto de limpieza en busca de mi carro. Tom ha enviado una caja a todos sus empleados, no solo a mí.
Sólo espero que no con el mismo mensaje ¿Acaso también les ha dado un conejo a todos? Lo dudo. Sería algo incomodo y demasiado forzado.
Alguien me agarra de los hombros, provocándome un susto de muerte.
A un costado de mi cara aparece la sonrisa radiante de Amelia que no me suelta para nada. Su lacio cabello rubio cae a un costado.
—Amelia un día de estos me mataras del susto.
—Me acabo de cruzar con Voelklein hijo y me alegró el día —me cuenta, apartándose para caminar a la par —. Es super simpático ¿recibiste una caja de su parte?
Asiento con la cabeza, callada mientras la miro.
—Me gustó más su carta.
—¿Carta? —Amelia me mira, ceñuda —¿Qué carta? Sólo recibí unas flores al igual que todos los de limpieza.
—Estoy juntando dinero para abrir mi propio negocio de cosméticos —me cuenta con un brillo en sus ojos que imanan un gran entusiasmo —. Amo el maquillaje y no quiero perder más tiempo en este hotel.
—Amelia eso es fantástico —la felicito con toda sinceridad —. Si necesitas dinero puedo prestarte.
Ella se echa a reír y eso me desconcierta un poco.
—Alex, tú y yo sabemos que en este hotel no nos pagan lo suficiente como para prestarle dinero a una amiga —me apoya la mano en el hombro un instante y luego la retira —. Pero me alegra saber que estás dispuesta ayudarme. Eres muy amable, chica.
—El día que abras tu negocio, no dudaré en ir a visitarte y presumirte.
—Debes presumirme ahora porque seré tan famosa que no podrás acceder a mí con facilidad —me codea.
El pasillo se abre en dos.
—Que tengas una bonita mañana, Amelia —le deseo a la hora de separarnos.
—Lo mismo para ti.
La charla con mi compañera me deja con una sonrisa de oreja a oreja. Me deja tan entusiasmada cuando mis amigas me cuentan sus proyectos con una emoción que sólo uno puede sentir.
Amelia era una persona difícil de sobrellevar y con carácter tan fuerte que a veces podía causar que ambas choquemos con alguna situación vista desde dos visiones diferentes. Pero sabía que muy en el fondo nos queríamos la una a la otra.
Las puertas tienen una cerradura que se abre únicamente con tarjetas y cada vez que una habitación está vacía se enciende una luz verde en ellas.
Si hay algún huésped dentro de su habitación la luz es roja. Más que nada para no pasar si hay alguien e irrumpir su estadía.
Llego a la primera puerta y busco en mi uniforme la tarjeta universal. Miro al frente por pura intuición y veo que viene en mi dirección...Tom Voelklein.

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