Al fin, Tadeo lo había comprendido, así que siguió a Jaime. Mientras tanto, el rostro de este demostró satisfacción, al ver que el hombre decidió ir con él.
Él le dio una palmada en el hombro a Tadeo y le aseguró:
—No te preocupes. Conmigo aquí, ¡no sufrirás una paliza!
En respuesta, Tadeo solo pudo sonreír con impotencia. Una de las razones, por las que se armó de valor y decidió ir con él, fue para conservar su trabajo. Ellos estaban en el mismo equipo, así que tenía miedo de que los altos mandos lo despidieran, si se enteraban de que Jaime había ido solo.
En poco tiempo, Jaime y los otros llegaron a la compañía de Diego basados en la información que tenían. La compañía era pequeña, con tan solo dos pisos, y el anuncio en la entrada, era muy viejo.
—¿No me dijeron que esta compañía estaba en quiebra? ¿Aún hay gente adentro? —Hilda se preocupó, mientras veía el letrero a la entrada.
«Si la compañía quebró, y el deudor se retiró, ¡esta deuda no podrá ser cobrada!».
—Entremos y echemos un vistazo —dijo Jaime tomando la iniciativa, él fue el primero en caminar.
Al momento en que entraron al edificio, un alboroto llegó hasta sus oídos. Un humo espeso de cigarrillo estaba en el aire; era tan sofocante que apenas se podía respirar.
Siete u ocho hombres sin camisa y con tatuajes por todo su cuerpo, estaban fumando y jugando cartas en el vestíbulo, sus ojos estaban inyectados de sangre.
Al ver esta escena, el arrepentimiento se apoderó de Tadeo. Él tiró con delicadeza de las mangas de Jaime.
—¿Por qué no venimos otro día? —le preguntó.
El rostro de Hilda también había palidecido.
«Sin importar por dónde lo vea, ¡esto no se parece en nada a una compañía! Al contrario, ¡se parece más a la guarida de unos delincuentes!
—Ya que estamos aquí, lo menos que puedo hacer es reunirme con el jefe antes de marcharnos —afirmó Jaime sin darle tanta importancia.
En ese momento, uno de los hombres notó su presencia. Él se levantó y caminó pavoneándose hacia ellos.
—Ustedes tres, ¿qué hacen aquí?
—Somos de la Compañía Sentimientos Químicos, y estamos aquí para ver al Señor Munguía —le contestó Jaime de forma apacible.
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