—Jaime, olvídalo. —Hilda tiró de su brazo hacia tras.
Al ver la mirada de María, bajó la mano.
Si su relación era tensa, seguro que Francisco se lo contaría a sus padres, haciendo que se preocuparan.
Al ver que Jaime bajaba la mano, Santiago se recompuso, pero no se atrevió a decir otra palabra.
En ese momento, un Bentley se dirigió a toda velocidad en su dirección y frenó de golpe delante de ellos, provocando la estupefacción de todos. A Jaime también lo tomó por sorpresa. No esperaba que Tomás lo estuviera esperando todo este tiempo.
En cuanto a Hilda, gritó de alegría cuando lo vio.
—¡Es este auto! ¡Es el mismo en el que vino Jaime!
Al momento siguiente, se abrió la puerta y se bajó un joven trajeado. Caminando hacia Jaime, se dirigió con respeto:
—Señor Casas, a su servicio.
Jaime sonrió un poco, ya que no esperaba que Tomás enviara a otra persona a recogerlo.
«Parece que es consciente de que no quiero que me vean con él dada su notoria reputación».
—Hilda, vamos y busquemos un lugar para cenar —dijo sin rodeos.
Con los ojos brillando de sorpresa, Hilda asintió encantada. Después de todo, nunca había subido a un Bentley.
Una vez que entraron, Jaime abrió la ventanilla a propósito. Con una sonrisa sarcástica, se despidió de ellos.
—Hasta luego…
Pronto, el auto dejó a Santiago y a los demás en el camino mientras seguían en shock.
—Vaya, sí vino en un Bentley. ¡Increíble!
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