Jaime se dio cuenta de la situación y saltó hacia delante, tirando de Mario antes de que pudiera escapar.
Una vez que Hilda los alcanzó, tiró del cabello de Mario y gritó:
—Mario, ¿no decías que tenías voz y voto en el trato con Corporación Químicos Cósmicos? ¿Cómo te atreves a mentirme y a poner el contrato sobre mi cabeza para obligarme a ir a tu cama? ¡Bast*rdo!
Le golpeó repetidas veces mientras descargaba su rabia, y Mario soportó en silencio la lluvia de puñetazos.
Un aura asesina había comenzado a emanar de Jaime al comprender la situación.
«Así que Mario estaba chantajeando a Hilda con el contrato. Si no hubiera venido a firmarlo yo mismo, se habría salido con la suya».
Tiempo después, Hilda dejó de golpear a Mario por cansancio. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando se volteó hacia Jaime y murmuró:
—Jaime, no quería que te despidieran. Esa es la única razón por la que acepté la propuesta de este b*stardo.
—No te preocupes, Hilda. Lo entiendo —la consoló antes de fijar su mirada en Mario.
Al sentir su aura asesina, Mario se estremeció de miedo y pidió clemencia.
—Sé que me equivoqué. Todo era una broma. Éramos compañeros de clase. ¿Cómo iba a aprovecharme así de ella?
Sus profusas disculpas cayeron en un saco roto.
Jaime anunció:
—Hoy no quiero matar a nadie. —Apretó el codo de Mario y una inmensa ola de energía espiritual emanó de su cuerpo, haciendo añicos los huesos del brazo de Mario.
Mario soltó un grito de agonía que le partió los oídos.
Sin que Mario lo supiera, los huesos de su brazo habían sido pulverizados hasta un grado irreparable.
—¡Jaime! —Hilda apartó a Jaime tras su demostración de fuerza.
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