Entonces, Jaime hizo un pequeño gesto con la cabeza, resignado; después de un rato y justo cuando se disponía a marcharse del lugar, escuchó a Javier anunciar con voz entrecortada:
—¡Alto! No permitiré que me faltes al respeto de esa manera, por lo que, si intentas marcharte, juro que dispararé. —La voz del hombre resonó en un chirrido lleno de desesperación, antes de añadir—: ¡No seas estúpido y márchate para siempre!
—Me temo que no puedo hacerte caso, pues no pretendo renunciar a mi vida al lado de mi hermosa prometida, así que tendrás que acabar conmigo. ¡Dispara, cobarde! —gritó Jaime al avanzar, hasta tocar el arma con el pecho; ante su irracional comportamiento, Javier se limitó a presionar con fuerza el cañón del arma contra su cuerpo, en señal de advertencia.
—No deberías actuar de manera tan precipitada, en especial, con una bala directo a tu corazón. —Su rostro se endureció por completo, mientras reflexionaba:
«¡Diablos, espero que Jaime no me rete, pues nunca he disparado un arma! Estoy seguro de que no sobreviviría un disparo a tan poca distancia… Desde que viví en el extranjero siempre quise poseer un arma, por lo que tan pronto regresé al país, decidí comprar las partes, pues sería más fácil armarla en secreto; sin embargo, debo admitir que no me siento cómodo en estos momentos».
Tras observarlo un poco, Jaime dijo con voz llena de desdén:
—Es evidente que nunca has utilizado un arma; si bien me encantaría quedarme a charlar, debo irme, pues mi futura esposa me espera en casa.
Entonces, Javier se interpuso en su camino, mientras continuaba apuntándole desde lejos; al intentar decir algo, no pudo evitar sobresaltarse, pues pronto volvió a escuchar la voz de Jaime al aseverar de manera contundente:
—¡Javier, apártate de mi camino! Es la última vez que te digo que no toleraré este tipo de comportamiento; de otra manera, te aseguro que te arrepentirás de hacerme perder el tiempo. —La voz de Jaime resonó en tono amenazador, mientras su semblante se endurecía por completo.
—¡No digas tonterías! Podría dispararte y desaparecería del país antes de que tu cuerpo, siquiera, se enfriara, así que no le temo a ninguna de tus amenazas. —Aunque parecía decidido a cumplir con su cometido, la voz de Javier resonó en un chirrido lleno de terror. Tras una pequeña pausa, no pudo evitar meditar, nervioso:
«¡No puedo creer que este hombre se atreva a hablarme de esa manera! Me pregunto si está consciente de la delicada situación, pues su vida corre peligro…».
De pronto, se escuchó la voz de Jaime al gritar:
—¡Dispara, cobarde!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón