Al ver a Carolina así, de nuevo a Rocío le dolió el corazón.
Su mente era un torbellino: por un lado, no quería meterse en los asuntos de Carolina; por el otro, le partía el alma verla en esa situación. Esa contradicción la estaba destrozando por dentro, sumiéndola en una tristeza que no le daba tregua.
Durante todo el camino, Rocío no cruzó ni una sola palabra con Samuel.
Samuel, en silencio, la observó todo el trayecto.
Se dio cuenta de que, cuando se trataba de sobrevivir en los peores momentos; cuando rogaba por la seguridad de esos tres niños que dependían de ella; o cuando, contra todo pronóstico, buscaba a Raúl sin rendirse, Rocío se llenaba de una fuerza inagotable.
Pero en ese instante, la veía tan apagada, tan frágil, con una mirada que parecía decirle al mundo que estaba harta de todo.
¿Cuántas historias cargaría Rocío en su vida?
Samuel se sorprendió al notar que, sin quererlo, Rocío empezaba a atraerlo.
Esto le molestó.
Por eso, prefirió apartar la mirada y fijarse en el paisaje que se deslizaba por la ventana del carro.
El carro se detuvo frente a la entrada del conjunto donde vivía Rocío.
Ella descendió y caminó en dirección a su casa, dejando a Samuel en el carro, quien se quedó mirando durante un buen rato antes de arrancar de nuevo.
De vuelta en casa, Rocío recogió a su abuela, a Elvia y a Sergio, y juntos se dirigieron al hospital.
Justo ese día, Carolina estaba por salir del hospital.
Quien había ido a recogerla era Fernanda.
Rocío, su abuela, Elvia y Sergio apenas habían avanzado por el pasillo cuando vieron a Fernanda sujetando de la mano a Carolina, saliendo del hospital. Detrás de ellas, iban varios guardias cargando el equipaje.
En un acto reflejo, Rocío se escondió con los suyos detrás de un seto del jardín, y desde ahí, entre las hojas, se pusieron a observar a Carolina.
—¿Abuela, por qué viniste tú por mí? ¿Dónde están mi papá y Mireya? —preguntó Carolina, levantando sus grandes ojos oscuros hacia Fernanda.
Fernanda, con poca paciencia, intentó tranquilizarla:
—Tu papá y Mireya están ocupados con el proyecto. Apenas van empezando y han tenido mucho trabajo, por eso no pudieron venir a buscarte.
—¡Nadie me quiere! —la niña respondió, con los ojos llenos de lágrimas.



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