—El señor Valdez va a ir mañana en la tarde con esa mujer al registro civil para divorciarse. Me pidió que contactara a esa mujer, pero no puedo encontrarla. ¿Podría ayudarme, por favor, a preguntarle al señor Valdez si me da el número de esa mujer?
Mireya permaneció en silencio por un instante.
De verdad la pusieron en aprietos.
Ella y Lázaro siempre se quejaban de que Rocío los perseguía y les arruinaba los planes, como si fuera una sombra imposible de quitarse de encima. Sin embargo, desde hacía dos meses, ni siquiera tenían forma de comunicarse con Rocío.
Pero al saber que era Lázaro quien quería divorciarse de Rocío, Mireya se propuso ayudar al departamento legal a toda costa.
—Déjame ver qué puedo hacer, te aviso en cuanto sepa algo —le respondió a la persona de legal.
—Gracias, señorita Zúñiga, de verdad es usted muy buena gente —le agradeció el del departamento legal, con una voz cargada de alivio.
Media hora después, Mireya le devolvió la llamada:
—Esta noche, en el club privado Oasis de la Paz. Búscala ahí y procura hablar con ella sin que nadie más se entere.
—Mil gracias, señorita Zúñiga.
—No hay de qué.
Mireya colgó.
En realidad, ella tampoco tenía el número de Rocío. Después de pensarlo un buen rato, recordó que el papá de Jimena, Francisco Molina, tenía un proyecto en común con Samuel. Así que decidió llamarle a Jimena.
No le dio demasiadas vueltas y fue directo al grano: tenía una amiga que quería ver a Rocío, pero no tenía cómo localizarla.
Jimena soltó una risa pícara al otro lado del teléfono:
—¡Mireya, déjame eso a mí! Te prometo que consigo que Rocío vaya. Pero dime, ¿qué travesura le tienes preparada?
—No te pases, niña. Yo no ando con ganas de molestar a nadie y tú tampoco deberías meterte en líos —le contestó Mireya, medio en broma, medio en serio.
—¿Viste cómo se vistió en la subasta? Parecía una señora que acaba de ganar la lotería; ni a eso llegaba, más bien como una de esas mujeres que Samuel usa nada más para divertirse. Cree que es la reina del mundo, pero es una vergüenza. ¿De verdad crees que le tengo miedo a hacerle una broma?
—Haz lo que quieras, pues —Mireya le sonrió con ternura, como si hablara con una niña traviesa.
...

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