Rocío no entendía del todo. En un suspiro, preguntó con voz queda:
—¿Por qué?
—Porque puedo verlo, el proyecto del asilo es tu sueño, es en lo que has puesto el corazón toda tu vida. Y también sé que desde el principio nunca lo hiciste por dinero. Tu diseño y tus planes hasta lograron impresionar a Raúl, ¿por qué no me impresionarían a mí? —respondió Samuel, su voz ronca, grave, con ese tono magnético tan particular.
Rocío, al escuchar la voz de Samuel, detectó una pizca de desolación en su tono.
Un hombre tan seguro, tan poderoso, ¿qué podía hacerle sentirse así de solo?
No lo entendía.
Samuel, sin embargo, añadió:
—En un rato más, voy a ayudarte a tantear qué tanto le importas a Lázaro.
—No lo hagas —contestó Rocío, su voz teñida de tristeza—. Para él no significo nada. Si haces esa prueba, solo voy a quedar en ridículo.
—Cuando me den el terreno, le diré que te vendí. Que te vendí por un muy buen precio, y quiero ver cómo reacciona.
Rocío guardó silencio.
No lo detuvo. Pensaba que, aún si Samuel le decía eso a Lázaro, este no tendría ni la más mínima reacción. Siempre la trató como si fuera invisible, una desconocida.
¿Por qué habría de importarle a quién la “vendía” Samuel?
Quizá Lázaro solo diría: “Que te lleven lo más lejos posible.”
Pero lo que Rocío jamás imaginó fue que, apenas Samuel recibió los papeles del terreno y le dijo eso a Lázaro, su reacción estuvo lejos de la indiferencia.
Lázaro, sin decir palabra, le soltó un golpe a Samuel.
Rocío se quedó atónita.
Jamás pensó que Lázaro fuera a reaccionar de semejante manera.
Sin embargo, no tenía tiempo para pensar demasiado. Samuel había recibido ese golpe por ella, y además, todo el esfuerzo y el dinero que puso ese día también fue por ayudarla.
Tenía que defender a Samuel.
Se colocó delante de él como si protegiera a su propio esposo, y miró a Lázaro como si mirara a un enemigo mortal:


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