No fue sino hasta que Simón regresó al país, que descubrió la verdad: Mireya ya tenía novio desde hacía tres años.
Y no cualquier novio, sino el mismísimo Lázaro, el mandamás del Grupo Valdez, la familia más poderosa de Solsepia.
Al enterarse de que Mireya ya tenía pareja, Simón sintió esa punzada de desilusión propia de quien pierde una batalla que nunca peleó. Sin embargo, era un hombre maduro; jamás dejaría que esa tristeza se le notara. Mucho menos arruinaría la felicidad de Mireya por algo tan egoísta. Guardó todo lo que sentía por ella muy adentro, y lo único que dejó a la vista fue su cariño de hermano.
Se hizo el firme propósito de proteger a Mireya para siempre, como si fuera su propia hermana, y no permitir que la vida volviera a ponerle obstáculos.
Por eso, cada vez que veía a Rocío pegada a Mireya como chicle sucio, fastidiándola sin parar y tratando de aferrarse a Lázaro, no podía evitar imaginarse arrojando a Rocío al río para que se la comieran los peces.
Pero lo que jamás se habría imaginado es que la verdad era mucho más enredada de lo que pensaba.
Simón tenía un nudo en el pecho, una mezcla de emociones atravesadas.
¿Debería culpar a Mireya?
Pero si Mireya había tenido una infancia llena de altibajos, y siempre se había esforzado tanto por salir adelante.
En ese momento, Simón no supo cómo enfrentar a Mireya. Sentía que lo habían engañado.
Después de vaciar otra copa, Simón tomó el celular y marcó el número de Mireya. Necesitaba preguntarle en persona: ¿por qué le había mentido?
Si Rocío era la esposa de Lázaro, ¿por qué Mireya nunca se lo dijo?
Al contestar, Mireya rompió en llanto.
Lloró como una niña desamparada, sin poder ocultar su vulnerabilidad.
—Sim, tenía miedo de que te alejaras de mí. Lázaro está muy raro estos días, y yo de pronto me siento sola, sin nadie a mi lado.
—Sim, quizá los demás no ven cuánto me esfuerzo, pero tú lo sabes. ¿Recuerdas todo lo que pasé para entrar a la facultad de arquitectura?
—Pero Rocío no solo arruinó mi relación con Lázaro, también saboteó mi proyecto. Es un proyecto enorme, con inversión nacional e internacional, son cientos de millones de pesos. Y esa mujer, que no entiende nada de nada, solo por egoísmo se ha metido a ponerme trabas...
—¡Te juro que a veces quisiera deshacerme de ella de una vez por todas! —gritó Mireya, tragándose el llanto mientras su voz se volvía más dura.
Simón respondió sin dudar:
—Si necesitas que te ayude con algo, solo dime.
Apenas escuchó esas palabras, Mireya sonrió entre lágrimas.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Desquite de una Madre Luchona