—Hace un rato, vi desde lejos cómo Rocío y este Raúl venían juntos hacia la oficina —contó Matías, con voz envenenada—. Pensé que esa mujer, que sólo sabe meterse con los hombres, otra vez venía a causar problemas. Lo único que hace es venir a revolverlo todo y encima dejar un olor insoportable por donde pasa. Así que agarré unas piedras del río, les puse un poco de jabón en el baño y las tiré frente a la puerta de la oficina. Mi plan era que esta mujer se tropezara, se diera un buen golpe y se fuera a su casa sobándose las pompas. Pero nunca imaginé que el señor Valdez la atraparía con el pecho.
Mireya no pudo evitar quedarse callada ante la confesión.
—Perdón, perdón, fue mi culpa, ¡toda mi culpa! —soltó Matías al ver la expresión de Mireya, apurado por disculparse.
Mireya negó suavemente con la cabeza.
—No es tu culpa, señor Romero. Es ella… siempre está encima de Lázaro, nunca lo deja en paz… nunca lo deja en paz…
—¡Esa maldita entrometida! —Matías golpeó el lavabo con el puño, frustrado—. ¿Por qué se comporta así? ¡Es tan injusto contigo!
—Todos los que trabajamos en este proyecto lo sabemos: este es tu esfuerzo, señorita Zúñiga. Es tu proyecto, tuyo y del señor Valdez, es su sueño hecho realidad. ¿Qué pretende esa mujer? ¡Solo viene a arruinar todo aquí!
Mireya soltó una risa desdeñosa y negó con la cabeza.
—Déjalo, señor Romero. No vale la pena pelear con una mujer que ni sabe lo que es el respeto y solo sabe coquetear. Nosotros a lo nuestro. Si ella quiere venir al sitio de obra, que venga. Aquí se pone a prueba el talento y los conocimientos. Si no le da pena hacer el ridículo, que se quede.
—Pues tienes razón —asintió Matías.
...
No muy lejos, Raúl y Rocío escuchaban perfectamente la conversación.
Rocío, sin embargo, permaneció tranquila. Desde el principio, sabía que todos la veían como la amante de Samuel, así que las malas lenguas nunca le afectaron.
Pero Raúl no podía ocultar su enojo ni la impotencia que sentía.
—Roci, ¿te imaginas todo lo que tienes que aguantar? —preguntó, con los ojos vidriosos.
Sin esperar respuesta, se dispuso a marcharse indignado.
—¡No se puede quedar así! Tengo que ir a hablar con ese tal Romero, dejarle claro que tú eres la verdadera jefa de este proyecto, la arquitecta, la ingeniera, la esposa de Lázaro. No pienso dejarlo así.

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