Matías miró a Rocío, sin poder creer lo que oía.
—¿Me acabas de insultar?
—¿Y tú qué? —le respondió Rocío, mirándolo directo a los ojos, sin titubear—. Me pusiste piedras afuera de la puerta para que resbalara, me llamaste amante cada vez que podías y hasta me dijiste que soy “apta para todos los gustos”. ¿Por qué yo no puedo responderte igual?
La mirada de Rocío no temblaba. No era alguien que buscara problemas, eso lo sabía bien. Podían hablar mal de ella a sus espaldas, llamarla amante, lo que fuera… Nunca le había importado. Pero Matías, ese tipo, se atrevió a burlarse de ella en su propia cara.
Ya no pensaba aguantarle ni una sola más.
—Tú… —Matías apretó los dientes, la furia se le notaba en la voz—. ¡Este es un sitio de construcción! ¡Aquí se va a levantar un asilo de ancianos! Es un proyecto serio, bien importante. Los que vienen al sitio son inversionistas, arquitectos, gente capacitada. ¿Y tú? ¿Tú qué pintas aquí?
Rocío no respondió enseguida. En cambio, le lanzó una pregunta:
—¿Acaso hay alguna regla que me prohíba venir? —preguntó, con voz serena.
—¡Eso no tiene sentido! —Matías se desesperó—. ¡Fue Samuel el que dijo que eres su amante! Si eres la amante, deberías quedarte en tu casa atendiendo a tu “patrocinador”. Venir aquí solo es para entorpecernos, para contaminarnos, ¿y todavía quieres que no te hagamos nada?
—Abre los ojos y mira a la señorita Zúñiga —continuó Matías, señalando a Mireya—. Ella sí se parte el lomo por el proyecto, está aquí todos los días, ha bajado de peso por estar resolviendo problemas, se ha quemado la piel bajo el sol. ¿Tienes idea de lo mucho que le ha dado al Grupo Valdez? Y tú, lo único que haces es venir a fastidiarla. Por eso, me caes mal, por eso puse esas piedras, para que te resbalaras. ¿Y qué vas a hacer?
Matías terminó su discurso sintiéndose un héroe, como si hubiera defendido una causa noble.
Rocío se quedó mirándolo, y por un momento le dieron ganas de reír. Qué patético se veía, tan convencido de que él tenía la razón.
Luego, con un tono cansado y un poco ronco, le habló:
—Hazme un favor y mantente lejos de mí. Si vuelves a faltarme al respeto, te voy a soltar una cachetada. Si no te gusta, pues pégame tú o ve a la policía, haz lo que quieras.
—¡Eres imposible! —le gritó Matías, ya totalmente fuera de sí.
La rabia lo hacía temblar. Había conocido a mujeres que aceptaban ser amantes, pero todas ellas sabían quedarse en su lugar, no hacían escándalo. Pero Rocío… Rocío se sentía protegida por Samuel y ahora, para colmo, hasta Lázaro parecía tenerle preferencia.
¡Qué injusticia!

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Desquite de una Madre Luchona