Lázaro miró a Elsa con una mirada tan firme que hasta el aire pareció detenerse.
Abrió la boca, como si quisiera decir algo, pero no lo hizo.
Elsa no solía ser así de fuera de control. Pero desde que la enfermedad de Benjamín fue empeorando poco a poco, ella también terminó desgastándose hasta perder cualquier rastro de aquella elegancia de familia acomodada que tenía antes.
—Olvídalo, Elsa. No vuelvas a pensar en la sangre de Rocío —dijo Lázaro tras unos segundos de silencio, su voz cargada de una gravedad que no dejaba lugar a dudas.
Elsa saltó como si le hubieran encendido una chispa.
—¿Y qué sangre quieres que usemos si no es la de ella? Nunca me han dado confianza esas bolsas de sangre que traen de los hospitales. ¿Quién sabe qué enfermedades tendrán, si son frescas o no? Jamás me han dado buena espina. Yo solo quiero la sangre de Rocío, y punto.
Lanzó una mirada acusadora a Lázaro.
—¿O qué, ahora Rocío ya se siente la gran cosa? ¿Ni siquiera quiere donar sangre para Benjamín? Ya van dos meses que la tienes marginada, ¿no? ¿Todavía sigue sin arrepentirse? Pues si no lo hace, me da igual, le pagamos diez mil pesos al mes y se acabó el problema.
—¿Por qué le van a dar diez mil pesos a Rocío? —se escuchó de pronto una vocecita infantil detrás de Lázaro.
Al voltear, vio a Carolina.
Mireya iba de la mano con ella.
Mireya sonrió, esa sonrisa suya tan suave que parecía calmar cualquier tormenta.
—Me imaginé que hoy, con Benjamín más grave, todos estarían ocupados en casa. Así que fui a recoger a Carolina al kínder. Cuando escuchó que Benjamín estaba peor, no se quedó tranquila, así que vinimos juntas.
Al notar el enrojecimiento en los ojos de Elsa, Mireya preguntó con delicadeza:
—Elsa, ¿ya está estable Benjamín? ¿Todavía necesitan sangre? Ay… cómo quisiera tener sangre Rh negativa. De ser así, aunque me sacaran toda la sangre y se la dieran a Benjamín, lo haría sin dudar. Me parte el alma ver a un niño de diez años pasando por esto.
—Mire… tú sí que eres comprensiva. —Elsa rompió a llorar—. ¡Rocío, ella sí que no tiene perdón! Si me la topo, juro que la haría pedazos.

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