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El Desquite de una Madre Luchona romance Capítulo 3

Al ver las palabras “acuerdo de divorcio”, Lázaro no mostró ni una pizca de sorpresa.

Carolina, con apenas cinco años y sin saber leer todavía, miró a su papá y preguntó inocente:-

—Papá, ¿qué es esto?

Sin pensarlo demasiado, Lázaro le contestó:

—Es la carta de disculpa de tu mamá.

¿Carta de disculpa?

¿Otra vez con lo mismo? ¿Nunca iba a dejar de menospreciarla?

—Mamá, tienes que pedirle perdón a papá, a mí y también a Mireya. Si no lo haces, ¡no te vamos a dejar entrar a la casa! —Carolina abrió sus ojos grandes y limpios, hablando con una seriedad que le arrancaría una sonrisa a cualquiera.

Al escuchar eso, Rocío ya ni siquiera sintió dolor.

Su corazón había llegado a un punto en el que hasta las palabras la abandonaban.

Solo le salió una voz cansada, vacía y quebrada:

—Por favor, firmen lo antes posible.

Dicho eso, se volteó, volvió a su carro, encendió el motor y se fue sin mirar atrás.

Carolina, con su vocecita de niña, gritó sorprendida:

—¡Pero yo ni siquiera la corrí todavía! ¿Por qué mi mamá ya se fue?

—Se fue de viaje por trabajo —Lázaro le respondió con total calma.

—¿Entonces quién me va a bañar, me va a secar el pelo y me va a contar historias? ¿No sabe que en esta casa hay una niña de cinco años que necesita que la cuiden? ¡Si ni siquiera trabaja, ¿a qué viaje se fue?! ¡Hmpf! —La niña cruzó los brazos, inflando las mejillas, toda indignada.

En el fondo, sí quería que su mamá se fuera, pero solo si Mireya venía a vivir con ellas.

Si no, ¿quién la iba a cuidar?

Lázaro la bajó del carro y la cargó hasta la sala.

Astrid, la empleada, se acercó a Lázaro y le informó:

—Señor, la señora se fue con una maleta…

—Ya lo sé —respondió Lázaro, y subió las escaleras sin detenerse.

En cuanto llegó al estudio del segundo piso, ni siquiera se molestó en leer el acuerdo; simplemente lo tiró a la trituradora.

En cuestión de segundos, las dos copias no eran más que confeti.

Después, sacó el celular, buscó el número de Rocío y activó la opción para silenciar sus mensajes.

Ni se le pasaba por la cabeza tratar de consolarla. Es más, le pesaba hasta hablar con ella. Como ella seguía con sus dramas, él prefería silenciarla para que no le llamara en plena madrugada rogando reconciliación.

Habiendo terminado con eso, llamó a Astrid para que ayudara a Carolina a bañarse.

No habían pasado ni cinco minutos cuando se escuchó un grito agudo de Carolina desde el baño:

—¡Está muy caliente!

Lázaro, parado afuera de la puerta, preguntó preocupado:

—¿Qué pasó?

—Disculpe, señor, el agua… está un poco caliente. Ya voy a regular la temperatura —se apresuró a decir Astrid, toda nerviosa.

Cuando terminaron el baño y ya acostada en la cama, Carolina exigió que Lázaro le contara un cuento.

—Los cuentos de mamá son mucho mejor —murmuró Carolina, quedándose dormida poco a poco.

Lázaro regresó a su habitación.

...

Al día siguiente, como siempre, se levantó, se lavó la cara y llamó a Carolina para bajar a desayunar.

Ya en el comedor, tomó su tazón de atole y, en la primera cucharada, notó que el sabor era extraño.

Carolina, sin dudarlo, escupió lo que tenía en la boca:

—¡Sabe horrible!

Lázaro frunció el ceño y miró a Astrid:

—¿Qué pasó?

Astrid balbuceó, nerviosa:

—Perdón, señor… esta receta la preparaba Rocío especialmente para usted y la niña. Ella siempre ajustaba los ingredientes y el tiempo. Es la primera vez que yo lo hago…

Astrid nunca le decía “señora”, siempre la llamaba “Rocío”.

Lázaro, con voz seca y sin paciencia:

—Recoge tus cosas y vete.

Sin decir más, tomó de la mano a Carolina, salieron a desayunar fuera y luego la dejó en el kínder antes de irse a la oficina.

Solo cuando llegó a su despacho, desbloqueó el celular.

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