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El Desquite de una Madre Luchona romance Capítulo 4

En el celular de Rocío no había ninguna notificación de llamadas perdidas.

¿De verdad Rocío no le había llamado ni una sola vez en toda la noche?-

Eso sí que tomó por sorpresa a Lázaro.

Sin embargo, apenas dejó escapar un resoplido y al momento se olvidó del asunto.

Sobre a dónde se habría ido Rocío, si estaría segura sola en la noche o si tenía un lugar donde dormir, Lázaro lo dejó pasar sin el menor interés.

Rocío tampoco necesitaba que él se preocupara por ella.

Tras dejar la casa de la familia Valdez, Rocío fue directo al departamento que había rentado con anterioridad. Ordenó un poco su equipaje, se dio una ducha y se acostó a dormir.

Al día siguiente, después de desayunar algo ligero, se sentó en el estudio y comenzó su jornada laboral.

Contrario a lo que Carolina había ido diciendo, ella sí tenía trabajo.

Siempre lo había tenido.

Solo que, para poder cuidar de Carolina, se había limitado a entregar propuestas de diseño y presupuestos a una sola empresa de diseño de interiores, cobrando por cada diseño y cada plan que entregaba.

Pero la familia Valdez siempre creyó que Rocío no trabajaba, que no era más que una ama de casa.

Ahora, lejos de ellos, tenía mucho más tiempo libre y por fin pudo terminar el proyecto de integración de residencias para adultos mayores en el que llevaba cinco o seis años trabajando. Su idea era llevar esa propuesta a países europeos con alta población de personas mayores, para analizar y comparar posibilidades.

Así, ocupada y enfocada, pasaron tres días volando.

Lázaro no la buscó.

¿Habría firmado ya el acuerdo de divorcio?

Tres días y ni una señal de él. ¿Por qué tanto silencio?

Ella había preferido no enviarle el acuerdo por correo ni pedirle a nadie que se lo entregara, temiendo que surgiera algún problema y no llegara a sus manos. Por eso decidió entregarlo ella misma.

Estaba segura de que él ya lo había visto.

El contenido era tan claro y directo, ¿qué tanto dudaba?

Mientras pensaba en eso, el celular de Rocío sonó. Era un número desconocido.

Contestó con cautela:

—¿Hola? ¿Quién habla?

—¡Rocío! ¿Por qué me bloqueaste? ¡Necesito que vengas al hospital ya mismo a donar sangre para mi hijo! —del otro lado, la voz de Elsa Valdez, la hermana de Lázaro, sonó apurada y mandona.

Elsa tenía un hijo de diez años, un niño nacido fuera del matrimonio.

—No voy a ir a donar sangre para tu hijo. Ni hoy ni nunca más —soltó Rocío, tajante.

—¡Si no donas sangre, mi hijo podría morirse! ¿Cómo puedes ser tan cruel? —la voz de Elsa se fue quebrando, casi al borde del llanto.

—Pues si soy tan cruel, entonces no deberían querer mi sangre —contestó Rocío, tranquila, y colgó sin dar espacio a más palabras.

Cuando una ya ha aprendido a soltar, decir una palabra de más es desperdiciar energía.

Elsa se quedó mirando su teléfono, sin reaccionar durante un buen rato, hasta que por fin marcó a Lázaro.

Al recibir la llamada de su hermana mayor, Lázaro sintió un escalofrío.

Rocío podía enojarse y no volver a casa por tres días.

Pero, poner en peligro la vida de alguien ya era otra cosa.

Terminando la llamada con su hermana, Lázaro marcó de inmediato el número de Rocío.

Rocío ya se imaginaba que si Lázaro llamaba, sería por culpa de Elsa. Aun así, contestó.

—Señor Valdez, ¿ya firmó el acuerdo de divorcio?

—Ve al hospital a donar sangre para Benjamín —ordenó Lázaro, con un tono tan seco que no dejaba lugar a discusiones.

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