Rocío se quedó paralizada unos segundos.
Después de ese breve lapso, volvió a marcar el número de Lázaro por enésima vez. Necesitaba saber, tenía que estar segura: ¿Carolina estaría con él? ¿Estaría a salvo?
¡Tenía que saberlo!
Pero lo único que escuchó fue la grabación del servicio:
[El número que usted marcó no existe.]
Lázaro la había bloqueado.
La angustia por Carolina le quemaba el pecho, como si el corazón se le consumiera en llamas.
Sin poder comunicarse con Lázaro, a Rocío no le quedó más remedio que subirse al carro y dirigirse directamente a la casa de Lázaro.
Al llegar, encontró la casa sumida en la oscuridad.
¿Ya todos estarían dormidos?
¿O todavía no habían regresado?
¿O tal vez, algo le había pasado a Carolina y Lázaro estaba afuera, buscándola desesperado?
Mientras más lo pensaba, más crecía el miedo en su interior. Sus manos, aferradas al volante, temblaban sin control.
El remordimiento la ahogaba.
Cuando apenas se enteró de que estaba embarazada de Carolina, Rocío ya había notado que, por más esfuerzos que hiciera, el corazón de Lázaro seguía siendo inaccesible. Aun así, se aferró a la esperanza de que, al nacer la niña, tal vez él llegaría a quererla un poco.
Quiso atar el corazón de Lázaro usando a la hija de los dos.
Fue egoísta, buscó amor y un hogar a cualquier precio.
No debió haber traído a la niña al mundo.
Si a Carolina le llegaba a pasar algo, aunque el dolor la desgarrara, aunque su corazón fuera devorado por las bestias, jamás podría compensarlo.
Aquella noche de otoño parecía interminable para Rocío, como si hubiera envejecido un millón de años.
No pegó un ojo en toda la noche.
Solo se quedó ahí, mirando fijamente la casa.
Hasta que, finalmente, amaneció.
...

VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Desquite de una Madre Luchona