El Desquite de una Madre Luchona romance Capítulo 58

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—Entonces, ¿puedes explicarme qué está pasando aquí? —preguntó Fabián—. Al menos podría ayudarte a dar la cara y explicarles a todos.

Rocío negó con la cabeza.

—Yo tampoco lo sé.

Fabián guardó silencio, sin saber qué decir por un momento.

—Desde hace cinco o seis años he estado planeando este proyecto. Cada detalle, por más mínimo que fuera, lo fui puliendo tras muchas visitas, investigando en persona, recopilando datos. Jamás le mostré esa información a nadie, ¡ni siquiera a ti!

—Lo sé —asintió Fabián—. Pero piénsalo bien, ¿tu computadora salió a reparación alguna vez? ¿O acaso alguien entró a tu casa por la noche a robarte los archivos?

Rocío levantó la mirada hacia Fabián, con la voz entrecortada.

—Fabián… ¿de verdad no sospechas que yo robé el proyecto del Grupo Valdez? ¿Estás convencido de que, en realidad, el plan que usa el Grupo Valdez es el mío?

—¡Por supuesto! —afirmó Fabián sin dudar—. Yo confío en ti, no me cabe ni una pizca de duda.

De pronto, Rocío sintió los ojos arderle, como si las lágrimas quisieran asomarse.

—Gracias, Fabián.

—¿Y ahora qué piensas hacer? —preguntó Fabián.

—La única vez que mostré mi diseño en público fue durante el encuentro internacional en Italia. Antes de terminarlo, fui allá para pulir los últimos detalles. Pero estando allá, me di cuenta de que mi diseño era único, nadie tenía algo igual. Así que regresé.

—¿Crees que alguien en Italia te robó el diseño?

—Esa es la única explicación posible.

Pero entonces, ¿cómo había llegado ese diseño desde Italia hasta las manos del Grupo Valdez? ¿Qué clase de coincidencia era esa?

Rocío se rompía la cabeza intentando entenderlo, pero no encontraba ninguna respuesta lógica.

Con el dolor de cabeza creciendo, le confesó a Fabián:

—Fabián, créeme, aunque alguien haya robado mi proyecto, les será muy difícil construirlo. Usé una técnica de ensamblado que la familia Amaya ha pasado de generación en generación. Sin mi guía en persona, nadie podrá replicarla con exactitud.

Los ojos de Fabián brillaron con una chispa de esperanza.