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El Desquite de una Madre Luchona romance Capítulo 7

Al ver a los tres tomados de la mano, irradiando esa imagen de familia feliz, en el rostro de Rocío no se asomó ni la más mínima emoción.

Siguió buscando entre sus cosas su cuaderno de notas.

Lázaro, por su parte, miraba la expresión de Rocío con un desapego aún más marcado que el de ella al verlos juntos.

Él estaba seguro de que Rocío volvería.

Félix le había cortado el dinero para sus gastos, así que sin regresar a casa, Rocío no podría sobrevivir.

Para Lázaro, Rocío era como el aire: invisible, intangible. Ni siquiera se atrevía a mirarla de frente. En vez de eso, posó la vista en Mireya y Carolina y preguntó:

—¿Qué les gustaría comer hoy al mediodía?

Carolina no contestó.

Seguía frunciendo el ceño y puchereando, lanzando una mirada furiosa a Rocío, sin decir palabra.

Mireya, con esa mirada serena y distante, apenas le echó un vistazo a Rocío antes de apartar la vista.

Luego, esbozó una sonrisa suave:

—Después tenemos que ir al hospital a ver a Benjamín, así que comamos algo sencillo, ¿te parece? Quisiera ese platillo casero… la sopa de cebolla con carne. La última vez la probé en tu empresa y dijiste que la hacía la señora que cocina en tu casa, ¿no? Esa sopa especial que abre el apetito.

Sopa de cebolla con carne.

Ese era el platillo estrella de Rocío.

Cuando tenía dieciocho, Rocío vendía sopa de cebolla con carne en la calle para sobrevivir cuando no tenía ni un peso.

Después de casarse con Lázaro, solía prepararle esa sopa una y otra vez.

A Lázaro le fascinaba.

A pesar de ser una persona tan contenida, cada vez que comía esa sopa, terminaba comiendo hasta no poder más.

Y fue hasta hoy que Rocío se enteró de que Lázaro decía que esa sopa la hacía la señora del servicio… y hasta se la había preparado a Mireya.

En la familia Valdez, Rocío no valía ni siquiera lo que la trabajadora doméstica.

Lázaro le echó una mirada fugaz a Rocío, pero enseguida apartó los ojos.

—Hoy no comeremos eso, mejor elijan otra cosa —le dijo a Mireya, con un tono indiferente.

—Como quieras —respondió Mireya con una sonrisa apacible.

Se agachó para mirar a Carolina a los ojos.

—Carolina, ¿y tú qué quieres comer hoy?

—Está bien —asintió Rocío.

—¿Qué? —Carolina no entendió a qué se refería su madre.

—Puedes elegir a la persona que quieras para que sea tu mamá. Lo más importante es que seas feliz y tengas un ambiente sano para crecer —dijo Rocío mientras ya se dirigía hacia la puerta.

Carolina se quedó pasmada.

Pensó que su mamá se iba a oponer, que le haría un escándalo por querer a Mireya como madre, igual que la vez que le quitó el collar azul de las manos.

La verdad, Carolina solo quería hacer enojar a su mamá.

Pero jamás pensó que su madre se marcharía con tanta calma.

—¡Si le preparas a Mireya la sopa de carne que le gusta, le pides perdón a ella y a la tía, y después de comer vas a donarle sangre a Benjamín, entonces no te echo de la casa! —gritó Carolina.

Rocío se detuvo en seco y miró hacia atrás.

Pero no miró a Carolina.

Dirigió la mirada a Lázaro.

Casi se le olvidaba preguntarle a Lázaro: ¿cuándo iban a firmar los papeles del divorcio?

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