¡Este tipo de mujer!
En el fondo, su corazón era como un montón de lodo podrido y apestoso.
—¿Acaso la señorita Amaya quiere decir que este proyecto no lo diseñé yo, sino que lo hizo una chava que ni siquiera terminó la prepa, apenas con secundaria? —Mireya miró a Rocío con una burla tan dura que cada palabra cortaba como navaja.
Apenas terminó de hablar, la sala estalló en carcajadas y murmullos.
—¡Por favor! ¿Secundaria? Eso es como decir que ni sabe leer ni escribir.
—Por eso dicen que la ignorancia es atrevida. Si al menos hubiera abierto un libro, tuviera un poquito de cultura, algo de sentido común, ni se habría atrevido a venir a un evento de este nivel, y mucho menos a querer colgarse del nombre del señor Valdez y la señorita Zúñiga.
—Seguro piensa que diseñar esto es como jugar a la casita.
—¿Casita? Más bien cree que un proyecto para gente mayor es tan fácil como esas prendas baratas en serie que trae puestas.
—¡Qué vergüenza! —En ese momento, Jimena, que estaba justo detrás de Rocío, le jaló la manga con descaro. Rocío volteó de golpe para mirarla.
Jimena, por ser la más joven, tenía un aire travieso y se notaba que no le importaba nada.
—Yo pensaba que tu ropa barata se iba a romper con sólo jalarle tantito, niña interesada, la verdad te faltó agallas. Si hubieras venido con un vestido que se deshace al primer tirón y quedas como eres en realidad, te aseguro que todos aquí sí te voltearían a ver de verdad. Ya sabes, para la próxima aprende la lección.
Rocío miró a Jimena.
Luego a Mireya.
Y después recorrió con la mirada a todos los presentes.
Todos la veían como si fuera un bicho raro, como si fuera la atracción del circo, rodeándola para burlarse de ella.
No le nacía contestarle a Jimena.
No tenía ganas de pelear.
Rocío sólo fijó sus ojos en Lázaro.
Él seguía igual: ni una mueca, ni una señal. La trataba como si fuera una desconocida más.
De pronto, Rocío soltó una sonrisa amarga.
Ya había aceptado que Lázaro no la quería, que la mujer a la que amaba era Mireya. Incluso, había digerido el hecho de que él le llenara la cabeza a Carolina hablando maravillas de Mireya, al grado de que su propia hija la odiara y la rechazara. Todo eso, lo había aceptado.
Pero jamás pensó que también le arrebatarían, así tan fácil, el proyecto en el que había trabajado por cinco o seis años.
Ahora hasta dudaba: ¿y si Lázaro seguía casado con ella sólo por ese proyecto?


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Desquite de una Madre Luchona