Rocío regresó a casa cuando ya era bastante tarde.
Antes de siquiera entrar, escuchó risas y voces alegres.
—Abue, esto está delicioso. ¿Dónde lo compraste? ¿No habías ido a la entrada de la familia Zúñiga?
—Ay, fui para nada, la familia Zúñiga no estaba. Apenas me detuve tantito en la entrada y me regresé. De camino, vi un mercadito de productores y lo compré ahí. Sergio, dile a bisabuela, ¿está rico o no?
—Sí, bisabuela, está buenísimo —Sergio mascullaba mientras seguía comiendo.
Cuando Rocío abrió la puerta, lo primero que vio fueron dos mujeres guapas y un niño robusto sentados en la sala, atacando sin ningún pudor unos elotes dulces.
Elote dulce era una especialidad de Solsepia.
Se trataba de un tipo de sorgo dulce, que aunque no llegaba a ser tan azucarado como la caña de azúcar, tenía un sabor fresco y agradable. Además, no era tan duro de masticar, así que tanto los dientes viejitos de la abuela como los dientes de leche de Sergio podían con él sin problema.
La abuela fue la primera en ver a Rocío.
—Roci, ya llegaste. Lávate las manos, que te preparé una sopa de pollo.
La señora dejó el elote dulce y se apresuró a la cocina a servirle sopa a Rocío.
Sergio le trajo las pantuflas a su mamá.
Elvia tomó la bolsa y las llaves de Rocío.
De pronto, los ojos de Rocío se humedecieron.
Esa familia de cuatro, aunque un poco desgastada por la vida, para ella era el refugio más cálido.
Había jurado cuidarlas y asegurarles una vida digna, sin importar lo que tuviera que enfrentar.
Después de cenar, Rocío le habló a la abuela con cariño:
—Abue, este año la familia Zúñiga no está en casa y Violeta ya no celebra su cumpleaños. ¿Por qué no dejas de esperarlas en la entrada? Mejor quédate aquí con nosotros, ¿sí?
—¿Por qué la pequeña tercera ya no celebra su cumpleaños? —preguntó la abuela, confundida.
—¿La pequeña tercera?
—Tu hermana dice que ella era como una de mis concubinas, y que ahora a las concubinas les dicen “la tercera”.
Rocío miró a Elvia.

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