Rocío no necesitó voltear para saber que la mujer detrás de ella era Mireya.
Se frotó la frente, sintiéndose la persona con peor suerte del mundo.
Ese día, había entre mil y dos mil invitados llegando a felicitar a Violeta por su cumpleaños. Había cientos de meseros y Mireya, que prácticamente jugaba el papel de anfitriona, se suponía que debía estar ocupada junto a Lázaro atendiendo a los invitados importantes.
Entonces, ¿cómo fue que Mireya la notó tan rápido?
—¡Rocío! —El tono de Mireya sonó desdeñoso y furioso, cortando el aire como cuchillo afilado.
De inmediato, un montón de personas volteó a mirar en esa dirección.
No muy lejos, Lázaro, que estaba conversando con unos invitados, también se giró al escuchar el nombre de Rocío.
Apenas la vio, la expresión de Lázaro se endureció, dejando ver una hostilidad tan intensa como una tormenta a punto de estallar.
Se acercó rápido, parándose al lado de Mireya. Le dirigió a Rocío una mirada gélida, y con una voz tan seca como el desierto, soltó:
—¡Lárgate de aquí ahora mismo! O atente a las consecuencias.
Rocío ignoró por completo a Lázaro.
Mantuvo su mirada fija, decidida, en Héctor, que se había quedado petrificado ante la escena.
Si lograba convencer a Héctor de hablar con ella, aunque fuera unos minutos, podría irse en seguida.
Incluso si la sacaban a empujones, le daba igual.
—Héctor, he ido a su empresa varias veces y nunca me ha recibido. Por favor, échele un vistazo a mis planos, le aseguro que le van a gustar. Usted trabaja la carpintería, lo va a entender en cuanto lo vea. ¡Se lo pido, solo mírelo!
Su voz era sincera, llena de expectativa.
En sus ojos brillaba la pasión de quien se aferra a su última oportunidad.
Pero esa urgencia, esa energía, sumadas al traje azul anticuado, la camisa blanca y los zapatos pasados de moda, la hacían parecer una vendedora de cremas tocando puertas. Una figura completamente fuera de lugar entre tanta gente encopetada.
En ese ambiente de poder y dinero, Rocío parecía más una molestia que otra cosa.
Héctor, el inversionista al que se dirigía, sonrió incómodo.
—¿De dónde salió esta vendedora de baratijas? ¿Por qué no te vas a vender tus cosas al mercado, en vez de venir a promocionarlas aquí? Yo me dedico a bienes raíces, no soy carpintero. ¿O quieres que vea tus productos pirata para ver qué tan baratos salen?


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