Cristian echó un vistazo a su alrededor.
—¿De verdad Gonzalo no vendrá hoy?
Claudio también barrió el salón con la mirada, y al no ver a Gonzalo, soltó:
—Si dijo que no venía, entonces no viene. Ese tipo es directo de más. Siempre me he preguntado, ¿por qué Rubén tiene a alguien tan raro como Gonzalo en su grupo? Los dos siempre están como perros y gatos, pero Rubén lo sigue manteniendo cerca.
Luego giró hacia Cristian, con curiosidad chispeando en los ojos.
—Oye, Yuyu, ¿tú sabes por qué fue que empezaron a llevarse tan mal esos dos?
Cristian miró hacia la alfombra roja, conteniendo una sonrisa. Por supuesto que lo sabía, pero Claudio era famoso por no poder guardar un secreto y no quería que Rubén terminara enterándose de que él había sido quien soltó la sopa.
...
Marisa, del brazo de Víctor, caminaba con él hacia donde esperaba Rubén, impecable en su traje, de pie junto al altar improvisado.
A través del velo, Marisa alcanzó a ver a Rubén. Ese día, él estaba distinto: cada detalle cuidado, el porte elegante, el aura de alguien que no pasaba desapercibido.
Cuando sus miradas se cruzaron, Marisa sintió como si le ardieran las mejillas. Bajó la vista de inmediato, obligándose a concentrarse en cada paso.
Víctor detuvo la marcha justo frente a Rubén, y cuando colocó la mano de Marisa sobre la de él, la mirada de Víctor estaba llena de orgullo y gratitud.
Sabía que Rubén nunca le haría daño a Marisa. Al contrario, Rubén había hecho todo lo posible para que la boda fuera perfecta, incluso invitando a Víctor para que compartiera ese momento tan importante.
Un gesto así sólo podía venir de alguien que realmente se preocupa.
Hay cosas que uno no tiene obligación de hacer, pensó Víctor, pero Rubén siempre encontraba la manera de superarse. Eso hablaba por sí solo.
Rubén tomó la mano de Marisa. Su apretón era firme, cargado de emoción. Ella lo notó y su corazón se aceleró.
¿Rubén también había pensado en esto?
Marisa abrió la caja y se encontró con un anillo sencillo, sin piedras ni adornos. Una simple argolla de plata.
La diferencia entre la espectacularidad del anillo de ella y la sobriedad del de él era casi cómica.
Rubén se puso de pie, notó el asombro de Marisa y le susurró al oído:
—El anillo de hombre no tiene que ser llamativo. Lo único importante es que lo lleve puesto, para recordarme siempre la promesa que te hago justo ahora: para el resto de mi vida, cuida de mí y déjame cuidar de ti.
El corazón de Marisa latía con tanta fuerza que sentía que todos podían escucharlo. El rubor se le subió a la cara, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
Después de intercambiar los anillos, Rubén levantó el velo de Marisa. El tul cayó suavemente, y él se metió bajo el velo, acercándose sin previo aviso.
De repente, sin darle tiempo a pensar, Rubén la besó con precisión en los labios.

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