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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 134

Claudio estaba recargado en la silla, cruzando la pierna con una actitud de total desdén.

En el mundo de las relaciones, él ya se había acostumbrado a andar de flor en flor. Pensaba que, entre los hijos de familia rica como ellos, ¿quién de verdad era sincero? La mayoría solo jugaba con los sentimientos y eran las mujeres guapas quienes terminaban buscándolos a ellos. Por eso, cuando en su círculo apareció alguien dispuesto a rebajarse y hasta a perder la dignidad por amor —y encima por la persona menos indicada—, la verdad es que a Claudio siempre le había caído como piedra en el zapato. Eso lo hacía parecer aún más mujeriego.

Por eso, él estaba a la expectativa, esperando el momento en que se demostrara que ese amor tan profundo solo era puro teatro.

—A ver, ¿no que ahora el trabajo te parece mucho más divertido que andar detrás de mujeres? —le soltó, con una sonrisita burlona.

Rubén lo miró de reojo, sin mucho ánimo.

Claro que no pensaba abrirle su corazón a Claudio. Al fin y al cabo, esa parte de sí mismo, la más limpia y tranquila, prefería mantenerla lejos de la mirada curiosa de sus amigos de parranda.

Rubén seguía yendo a trabajar todos los días como si nada, pero no era por costumbre ni por dinero. Lo hacía para que Marisa no se sintiera presionada. Sabía bien que lo de ellos tenía que irse dando poco a poco, sin forzar nada.

En el fondo, Rubén tenía miedo. Si presionaba demasiado, Marisa terminaría por huir.

Había costado tanto llegar hasta ese punto, que él prefería tomárselo en serio y con calma. Para Rubén, las mejores historias no se escriben a las carreras; si uno va con prisas, todo sale incompleto.

Ignorando a Claudio, Rubén solo alzó la muñeca para ver la hora en su reloj.

—¿No que ibas a ir por Gonzalo? ¿A qué hora llega su vuelo?

La pregunta hizo que Claudio reaccionara con sobresalto. Miró el reloj y se puso de pie apresurado.

—¡Rayos, ya no llego! Me va a tocar ir hecho bala —masculló, agarrando sus cosas a toda prisa.

Apenas se incorporó, Claudio pareció acordarse de algo y preguntó:

—Hablando en serio, ¿no quieres venir conmigo? Alejandro te ha echado la mano últimamente, ¿no? Ya mínimo deberías hacerle el paro, ¿no crees?

Rubén ni lo pensó.

Rubén arrugó la frente, ya cansado del tema.

—Déjalo así, ni ganas de ver a esas mujeres tan superficiales. Me basta con verlas para que se me quiten las ganas de salir.

Claudio chasqueó la lengua con burla.

—Bueno, bueno, ya entendí, tú tan refinado como siempre. Como si Marisa, tu angelito, no fuera igual que las demás.

Tras decir eso, Claudio se quedó un momento pensando en la cara de Marisa. Más allá de su opinión de Rubén, tenía que admitir que Marisa sí era distinta a esas mujeres superficiales.

¿En qué era diferente? Difícil decirlo con palabras.

Quizá solo era una cuestión de sentirlo.

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