Después de la tormenta, el cielo sobre Clarosol lucía despejado, sin una sola nube.
En el centro de la ciudad, el centro comercial más grande se llenaba de vida.
En el estacionamiento, el chofer abrió la puerta trasera del carro con sumo cuidado, protegiendo con la mano el marco.
Penélope ya había bajado antes, estirando los brazos para ayudar a Noelia a salir del carro.
El vientre de Noelia ya se notaba bastante.
Por lógica, debería estar usando ropa de maternidad holgada.
Pero a Noelia le gustaba ir en contra de lo esperado: justo usaba la ropa que más resaltaba su panza.
Aunque apenas tenía poco más de tres meses de embarazo, parecía de unos cuatro o cinco meses.
Noelia entrecerró los ojos y le sonrió a su suegra, tratando de ganarse su simpatía mientras bajaba del carro y decía con voz melosa:
—Mamá, usted sí que me consiente. Le dije que no hacía falta venir a este centro comercial tan caro, aquí todo cuesta un ojo de la cara y ni siquiera vale la pena, pero de todos modos me trajo.
Aunque decía eso, por dentro estaba más que feliz de estar allí.
Su suegra manejaba la mayor parte del dinero de la familia Loredo. Los dos hermanos Loredo también trabajaban en las empresas familiares, y en cuestión de dinero tampoco les faltaba nada, pero Nicolás nunca había sido de esos que gastan sin pensar, mucho menos le gustaban los lujos.
Para no delatar su verdadera personalidad, Noelia había fingido durante mucho tiempo que no le interesaban las cosas materiales, pero después de tanto tiempo, eso también cansaba.
Ella quería, como cualquier dama de sociedad, salir con su bolsa de edición limitada y tomar la merienda con sus amigas del círculo.
Penélope no apartaba la vista del vientre de Noelia y su sonrisa no podía ser más genuina.
—Ay, mi niña, ¿cómo no te voy a tratar bien? ¿A quién más si no? Hoy que traemos a mi nieto consentido, vamos a comprar lo que quieras. El doctor dice que si la futura mamá está feliz, el bebé también estará sano. Lo único que quiero es verte contenta todos los días.
Tomadas de la mano, suegra y nuera caminaron hacia el elevador, seguidas de dos guardaespaldas.
Se notaba a leguas que la familia Loredo estaba pendiente de ese nieto, lo cuidaban como si fuera lo más valioso del mundo, temiendo que algo pudiera salir mal.
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