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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 24

Noelia estaba tan molesta que hasta se puso a temblar de puro coraje.

Desde su punto de vista, Marisa ya había dejado de preocuparse por las apariencias, como esas personas que no le temen a nada porque ya lo han perdido todo. Así que entrar en discusión con ella en ese momento no le aseguraba ningún triunfo, y hasta cabía la posibilidad de salir perdiendo.

Pero Noelia no estaba dispuesta a tragarse esa humillación así nada más. Tenía sus propias estrategias para sacar ventaja.

Giró hacia Penélope y, con una expresión dolida, se llevó la mano al vientre mientras hablaba con voz lastimera.

—Mamá, Marisa puede inventar lo que quiera de mí o de Nicolás, pero ¿cómo se atreve a hablarle así a usted? Yo no soporto ver eso, de verdad que no puedo quedarme callada.

Sabía perfectamente que su suegra siempre había sido una mujer fuerte y orgullosa. Penélope jamás dejaba pasar una ofensa, y menos si alguien le echaba más leña al fuego, como en ese momento.

La pregunta era hasta dónde llegaría ese incendio.

Tal como esperaba, Penélope la miró con una furia que no se molestó en ocultar, sus ojos fijos en Marisa, como si quisiera atravesarla con la mirada.

A Marisa no le sorprendía en lo más mínimo ese gesto. Durante su tiempo en la familia Loredo, Penélope solía mirarla así, siempre lista para regañarla.

Incluso cuando las cosas no eran su culpa, Marisa tenía que quedarse callada, sin derecho a defenderse.

En aquellos años, Samuel solía decirle que, como su papá había fallecido tan joven y su mamá llevaba sola la empresa, no tenía más opción que ser dura para poder alimentar a sus hijos.

Ahora que lo pensaba, a Marisa le daba risa haber sentido lástima por su suegra en el pasado.

Ahora lo entendía todo: ser fuerte es una virtud, pero volverse dominante es solo cuestión de carácter.

Le devolvió la mirada a Penélope, sin un ápice de temor.

Aquella suegra, capaz de cualquier cosa con tal de tener un nieto, ya no le inspiraba ninguna compasión.

Penélope se quedó pasmada. ¿En qué momento su nuera se atrevió a devolverle la mirada de esa forma? Antes, cada vez que la regañaba, Marisa agachaba la cabeza y escuchaba sin chistar.

—Solo llevas dos días de regreso en la familia Páez y ya no puedes controlar tu carácter, ¿verdad? Mírate nada más. ¿Tú crees que algún hombre va a querer a una mujer así? No tienes ni una pizca de respeto por tu suegra. Vaya que en tu casa no supieron educarte.

Marisa entrecerró los ojos, que brillaban con una calma cortante. Si Penélope no hubiera metido a su mamá en la conversación, quizás habría dejado pasar el asunto. Pero ahora que tocaba su punto débil, Marisa tampoco estaba dispuesta a dejarle ni una pizca de dignidad.

—Hombres que me quieren hay de sobra. Pero usted, la verdad, con ese carácter no hay hombre que la aguante. Y si alguno se atreve a decirle que la quiere, seguro es solo por su dinero.

Yolanda, al ver la tensión, quiso jalar a Marisa para que se calmara. ¿Qué habría pasado para que su hija, siempre tan tranquila, se comportara así con los mayores?

Pero lo pensó mejor. Desde pequeña, Marisa siempre había sido obediente. Si ahora estaba tan a la defensiva, era porque en la familia Loredo la habían hecho sufrir demasiado.

Con ese pensamiento, Yolanda soltó a Marisa.

—Mamá, no te acerques. Si la llegas a tocar, capaz de que luego dice que le dañaste el embarazo y te quiera sacar dinero.

Yolanda miró a Noelia, que seguía con su show, y prefirió quedarse quieta.

—Tienes razón. Ya con mi edad, si alguien me acusa, ¿dónde quedo yo?

Al ver las artimañas de Noelia, Yolanda comprendió cuán difícil había sido la vida de Marisa en la familia Loredo, rodeada de gente así.

La abrazó por el hombro y le habló a Penélope.

—Señora Loredo, en la familia Páez siempre hemos preferido la educación con alegría. Usted misma lo dijo: si no supimos educar a nuestra hija, lo aceptamos. Si Marisa le faltó al respeto, usted como mayor no debería tomárselo tan a pecho. Ahora cada familia sigue su camino, y si Marisa carece de modales, eso ya no es su problema.

Marisa se sorprendió. ¿Desde cuándo su madre había dejado de agachar la cabeza?

Antes, Yolanda tragaba saliva aunque le hicieran pasar corajes. Hoy, en cambio, sus palabras sonaban amables pero tenían filo.

Penélope, por supuesto, no pensaba dejarlo así. Siempre exigía respeto, y menos iba a tolerar que una nuera la pusiera en su lugar.

Justo cuando iba a responder, Marisa le habló con calma.

—Señora Loredo, Noelia ya está llamando a Nicolás. Aquella noche en la familia Páez, Nicolás decía disparates, hasta llegó a decir que era Samuel. Esa vez no tenía cabeza para discutir, pero hoy sí, y me encantaría aclarar las cosas con él. Aunque, claro, no sé si el vientre de Noelia aguante el susto.

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