Incluso después de hablar, Margarita no pudo evitar espiar a Rubén, pendiente de cualquier reacción suya.
Rubén, por su parte, la observaba con la actitud de un espectador que lo ve todo desde arriba, sin perderse ni un solo gesto de Margarita, incluso los más mínimos movimientos que delataban su incomodidad.
Sus labios se movieron apenas, como si estuviera a punto de decir algo, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta.
En ese momento, Marisa empujó la puerta del cuarto del hospital.
Al levantar la mirada, y a unos diez metros de distancia, los vio a los tres juntos.
En su mirada se reflejó una sombra pasajera. En su mente, la imagen del escándalo que circulaba por todos lados no la dejaba en paz.
La reacción de Margarita fue instantánea.
Sabía que no podía ganarle a Rubén en cuestiones de astucia.
Al final, era mejor elegir a la persona más fácil para tratar, y con Rubén no valía la pena arriesgarse.
Disimulando una sonrisa, Margarita corrió hacia Marisa, fingiendo estar agitada por la preocupación.
—Sabía que no me equivocaba, señora Olmo, así que sí estaba enferma. ¿Se encuentra bien?
Mientras decía esto, Margarita intentó tomarle la mano a Marisa, como si quisiera demostrar su cariño sincero.
Pero Marisa se hizo a un lado con naturalidad, esquivando el contacto sin dar pie a que pareciera intencional.
A pesar de ese desaire, Margarita no perdió la compostura y mantuvo su entusiasmo.
—Señora Olmo, ¿qué le pasó? Se ve un poco mal.
El contraste entre la actitud efusiva de Margarita y la indiferencia de Marisa era evidente.
Marisa apenas mostró expresión, su voz sonó distante al responder al supuesto interés de Margarita.
—No es nada, solo me llegó el periodo y traigo dolor en el vientre.
La cara de Margarita se relajó notablemente al oír eso.
Había recibido rumores de que Marisa estaba embarazada, pero con esa respuesta, quedaba claro que no era cierto.
Margarita fingió compasión, con los labios fruncidos y la cabeza ladeada.

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