Mientras más veía a Valentina actuar de esa manera, más crecía en el corazón de Marisa una extraña sensación de culpa.
Antes de levantarse, Rubén tomó la mano de Marisa en silencio. En apenas un instante, notó lo fría que estaba su mano.
Antes de salir, Rubén le dijo con firmeza:
—No te preocupes, Marisa. Yo me encargo de hablar con ellos y aclarar todo. Tú solo descansa. Si sigues sintiéndote mal, toca el timbre y que venga el doctor.
Marisa se sentía inquieta, pero al cruzar la mirada con los ojos decididos de Rubén, esa angustia simplemente se esfumó.
...
Afuera de la habitación.
Valentina seguía platicando con Carlos.
—Esta clínica ni siquiera me convence, ¿eh? Mejor mañana pasamos a Marisa al mejor centro para mamás de Clarosol. Solo ese lugar le queda a la altura.
Rubén respiró hondo, clavando la mirada en la pareja Olmo, que todavía seguía discutiendo.
—Papá, mamá, ¿qué fue exactamente lo que les dijo Sofía?
Valentina, al verse interrumpida, frunció el ceño, visiblemente molesta.
—¿Cómo es posible que traigas a Marisa, que vale oro, a un hospital de este nivel?
Rubén no pudo evitar soltar un suspiro; esa clínica era la más reconocida y prestigiosa de todo Clarosol.
Después de desahogarse, Valentina repasó lo que recordaba:
—Sofía solo dijo que a Marisa no le había bajado y que te la llevaste temprano para hacerle pruebas de embarazo o algo así. Ya lo de después no lo escuché bien, pero la verdad es que todos estábamos muy felices.
Carlos también se rio, contagiado por la emoción:
—Ahora sí, ya no tengo que envidiar a Juan ni a Mauro, que siempre están con sus nietos en casa. Por fin me va a tocar tener nietos a mí también.
El ceño de Rubén se tensó aún más.
Con una seriedad inquebrantable, miró a la pareja Olmo.

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