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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 360

Colgó el teléfono.

Emiliano se apoyó en su bastón reluciente, tan costoso como elegante, y alzó la voz con ese tono que no admitía réplica.

—Regina, ayúdame a empacar la maleta y compra el boleto de avión más rápido que haya para regresar al país.

Regina le echó un vistazo rápido al reloj de la pared y se animó a preguntar, aunque sabía que pocas veces obtenía respuesta clara.

—Señor Cáceres, ya son las once de la noche aquí en Clarosol. ¿Pasa algo urgente en el país? —preguntó, mientras lo observaba con una mezcla de preocupación y curiosidad.

Emiliano llevaba varios años viviendo en Clarosol. No tenía hijos, ni padres vivos; hacía mucho que en el país de origen no le quedaba ningún lazo que lo atara. Por eso, que ahora de repente quisiera volver, solo podía significar que algo importante, y sobre todo urgente, lo estaba llamando.

Emiliano sonrió, esa sonrisa arrugada y cálida que solo los años le habían enseñado.

—Sí que es urgente, Regina. Mi querido aprendiz va a inaugurar su galería de arte y me pidió que le corte el listón.

Mientras hablaba, levantó la mano y se quedó mirando esos dedos llenos de arrugas y manchas del tiempo, como si esperara que a la hora de la ceremonia tuvieran la fuerza suficiente para sostener las tijeras.

Regina, mientras empezaba a preparar la maleta, no pudo evitar soltar un comentario.

—¿Será que es la galería de Alberto la que va a abrir? Mire que, si me pregunta, su aprendiz debería pensar en su edad, señor. Todavía hacerlo viajar así... Con la cantidad de contactos que tiene, seguro podría invitar a cualquier figura del mundo del arte para cortar el listón.

La sonrisa de Emiliano se ensanchó, y unas cuantas arrugas más se marcaron en su cara.

—No es Alberto.

El silencio llenó la sala mientras Emiliano se tomaba una pausa. La lámpara de la sala, en esa casa enorme y lujosa, iluminaba cada surco de su rostro, dejando ver sin pudor los años que pesaban sobre él.

Pero esa noche, aun con la edad encima, su mirada brillaba con una vitalidad inesperada.

—Ya basta, Regina. No preguntes tanto. Es tarde. Y aunque insistas, seguro a esta hora ni hay vuelos para regresarnos.

Regina no se rindió, y su voz no podía esconder la preocupación.

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