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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 363

Alberto se quedó tan sorprendido que casi no lo podía creer.

Probablemente era la primera vez que Rubén se mostraba tan directo y claro, poniéndose en una posición más humilde para pedirle ayuda.

A Alberto le costó trabajo procesarlo, se quedó pasmado sin saber cómo contestar. Tardó varios segundos en reaccionar antes de responder con firmeza:

—Señor Olmo, todo lo que soy y el nombre que tengo es gracias a usted, por haberme dado la mano cuando nadie más lo hizo. Si en algo puedo ayudar, no lo dudaría ni un segundo.

Rubén sonrió. Cuando empezó a apoyar a Alberto, solo lo hizo para calmar un poco la amargura que sentía en el corazón.

Ayudar a Alberto le permitía imaginar que Marisa seguía viva en el mundo del arte, moviéndose entre lienzos y colores.

Jamás se imaginó que llegaría el día en que ese gesto le fuera tan útil.

...

La noche se hacía cada vez más profunda.

Rubén se quedó sentado en el balcón un rato más.

El viento de finales de otoño traía consigo ese frescor particular, cargado de hojas secas y la nostalgia del cambio de estación. Esa brisa recorría la nariz de Rubén, llenándolo de recuerdos.

En realidad, desde hace algunos años, Rubén le había agarrado cierto rechazo al otoño.

Todo porque la boda de Marisa y Samuel se celebró justo en esa época.

Ese día, Rubén huyó lo más lejos que pudo, hasta el norte de Europa.

Solo quería alejarse, desaparecer y poner un océano de distancia para poder respirar.

Caminaba por avenidas bañadas por las luces de la aurora boreal, pero ni así le nacía mirar el paisaje.

Desde entonces, el otoño se le volvía la estación más amarga.

Pero este año, esa sensación era un poco menos pesada.

Por lo menos podía sentarse por la noche en el balcón, dejar que el viento de otoño le rozara la cara, mirar a la persona que dormía en su cama y sentir una paz dentro de sí que nadie podía arrebatarle.

Sin embargo, esa paz no duró mucho.

De repente, se escucharon unos quejidos suaves desde la cama.

Marisa se movió, tanteando con la mano hasta incorporarse. Apoyaba el codo en la cama, mientras con la otra se frotaba los ojos, adormilada. Buscó con la mirada a Rubén, que seguía en el balcón.

—¿Aún no te has dormido?

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