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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 386

Después de recorrer el sendero de Laguna Azul, Regina sintió que por fin se había quitado un peso de encima.

Marisa detuvo un carro y le pidió al conductor:

—A Villa de Luz de Clarosol, por favor.

Regina subió, bajó la ventanilla y, con una sonrisa suave, miró a Marisa.

—Marisa, gracias. Esta noche tomé una decisión muy importante, pero te diré cuál es hasta que regrese a Clarosol con el señor Cáceres.

Marisa vio cómo el carro se alejaba llevándose a Regina, y mientras imaginaba cuál sería ese gran paso del que hablaba, su celular comenzó a sonar.

Al mirar la pantalla, vio que era una llamada de Rubén.

—Señora Olmo, quedarse distraída a la orilla de la calle no es nada seguro.

La voz grave de Rubén le llegó al oído y, sorprendida, Marisa alzó la vista, buscando alrededor. Enseguida distinguió el carro estacionado bajo un árbol, con él esperándola.

Sonrió divertida.

—Oye, por allá hay cámaras, no te vayan a multar.

Rubén soltó una risa baja.

—Si no vienes pronto, sí me va a caer una multa de verdad.

Sin colgar, Marisa echó a correr hacia donde él la esperaba, y Rubén todavía le recordó, a través del teléfono:

—Señora Olmo, despacio, ten cuidado.

Ella echó un vistazo a ambos lados: la calle estaba vacía. Aprovechó para llegar a toda prisa al carro. Al ver que el asiento del copiloto estaba libre, preguntó:

—¿Y Alberto?

Rubén ni lo pensó.

—Tenía otros pendientes, así que nos vamos solos.

Marisa subió rápido, casi como si temiera que de verdad la fueran a multar por estar en la calle, y le urgió a Rubén:

—¡Entonces arranca ya!

Rubén, sin prisa, se inclinó para ponerle el cinturón de seguridad, luego acomodó con cuidado los mechones de su cabello que se habían despeinado, y su mirada se quedó fija en ella, como si no pudiera apartarse.

Marisa se sintió un poco incómoda bajo esa mirada tan intensa.

Bajó la cabeza.

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