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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 401

Marisa, un poco sorprendida, preguntó con curiosidad:

—¿Pensaste en algo que te pusiera de buen humor?

Rubén dejó de sonreír y su mirada se posó en Marisa. Negó despacio con la cabeza.

—No, solo que el paisaje aquí está increíble, me relaja. Es muy agradable estar en un lugar así.

Por supuesto, Rubén no planeaba confesarle a Marisa todos esos pensamientos revueltos que traía en la cabeza. Al final de cuentas, sería demasiado cursi, ¿no?

Al escuchar la respuesta, Marisa no pudo evitar sentirse aún más contenta. Incluso miró alrededor con cierta emoción, como si se sintiera orgullosa de algo.

El comentario de Rubén era una clara señal de que su investigación y elección del lugar habían sido acertadas. El restaurante era, sin duda, una buena elección.

En ese momento, el dueño del restaurante llegó con los menús en la mano, aunque parecía tener dificultades para apartar la vista de Rubén. Cuando había recibido la llamada antes, le habían informado que el mismísimo presidente del Grupo Olmo vendría a cenar. Una figura así, tan lejos del alcance de cualquier persona común, era como tener a una celebridad en el local.

Durante un buen rato, el dueño se quedó viéndolo como si tuviera enfrente a uno de esos actores famosos que solo se ven en la televisión. Fue hasta que Rubén levantó la vista y le dedicó una mirada analítica, que el hombre pareció regresar a la realidad.

—Disculpe, ¿tengo algo en la cara? —preguntó Rubén, con voz tranquila.

El hombre, dándose cuenta de lo mucho que había estado mirando, retiró la mirada de inmediato y se apresuró a disculparse:

—¡No, no! Es solo que se ve usted tan bien parecido, que no pude evitar fijarme. Perdón si lo incomodé.

Marisa levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente el rostro de Rubén. De repente, entendía perfectamente por qué el dueño lo miraba tanto. Al fin y al cabo, ese tipo de atractivo no era algo común ni siquiera en el mundo del espectáculo.

La presencia de Rubén era tan intensa que resultaba imposible ignorarlo. Sus cejas marcadas, los ojos profundos, la nariz ligeramente aguileña y el porte imponente que lo rodeaba hacían que cualquiera se sintiera pequeño a su lado.

Rubén apartó la vista, incómodo con la atención de extraños o de personas que no le agradaban. Sin embargo, en ese momento sintió la mirada de Marisa clavada en él.

No importaba. Si la señora Olmo quería ver al señor Olmo, estaba en su derecho. Eso sí le agradaba.

Pasaron unos segundos en silencio, hasta que Rubén carraspeó y le habló suavemente a Marisa:

—Señora Olmo, deja de mirarme tanto y mejor revisa el menú. ¿Qué se te antoja pedir?

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