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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 70

El Grupo Olmo había estado envuelto en un torbellino de trabajo esos días.

Rubén, con tal de asegurarse tiempo libre para el día de su boda, decidió concentrar todos los pendientes en ese periodo.

Su escritorio estaba cubierto de papeles y carpetas; entre tanto documento, sus ojos ya mostraban un cansancio difícil de disimular.

Mientras se frotaba el entrecejo para aliviar la presión, el sonido de unos golpes en la puerta interrumpió el silencio de la oficina.

—Pasa —ordenó, elevando un poco la voz.

El asistente entró con una tablet en la mano, pero Rubén fue directo:

—Hoy ya no voy a seguir trabajando.

Miró su reloj: las manecillas marcaban las seis de la tarde.

Pensaba en invitar a Marisa a cenar.

Si se tardaba más, temía que Marisa ya hubiera comido y perdería la oportunidad de platicar con ella. De por sí, le costaba trabajo que aceptara salir; no podía darse el lujo de dejar pasar ese momento.

Justo cuando Rubén meditaba cómo invitarla de forma natural a través del chat, el asistente titubeó:

—Señor Olmo, no vengo por asuntos de trabajo. Es sobre la señorita Páez.

Rubén sabía que su asistente era discreto y siempre estaba atento a los temas que le interesaban, así que si traía algo relacionado con Marisa, debía ser importante.

—¿Marisa? ¿Qué pasó? —preguntó, arqueando una ceja.

El asistente le tendió la tablet. Una fotografía, grande y nítida, apareció en la pantalla frente a Rubén.

De inmediato, la expresión de Rubén se endureció.

El asistente habló con cautela:

—Apenas revisando redes me encontré con esto: una foto de la señorita Páez circulando por internet. El hombre que aparece con ella tiene la cara difuminada, pero todo se centra en la señorita Páez. El texto es ofensivo, la acusan de meterse con un hombre casado y cosas así...

Hizo una pausa antes de preguntar:

—¿Quiere que me encargue de borrar todo rastro de esto, señor Olmo?

La mirada de Rubén se afiló.

—Por supuesto. A partir de ahora, no quiero que se publique nada que exponga su vida privada, y mucho menos rumores negativos. No tienes que consultarme cada vez que pase algo así; encárgate de inmediato y asegúrate de que no vuelva a suceder.

El asistente asintió, listo para ejecutar la orden.

¿Acaso Samuel ya le había confesado todo a Marisa?

¿Y Marisa? ¿Estaría pensando en volver con él?

Tan solo imaginarlo hacía que a Rubén le costara controlar su propio ánimo.

La inseguridad y el temor se expandían por su mente, nublando por completo su capacidad para pensar con claridad.

En ese instante, cualquier sonido, cualquier movimiento, lo ponía al borde de la desesperación.

Fue en ese momento de tensión cuando el asistente volvió a entrar por la tablet y se encontró con un Rubén irreconocible.

Siempre lo había visto como alguien firme, decidido, capaz de tomar cualquier decisión sin titubear.

Jamás habría creído verlo tan decaído.

El repentino ingreso del asistente incomodó a Rubén, que lo miró con desagrado.

Sin embargo, en un instante volvió a adoptar su postura habitual, esa máscara de control frente a los demás.

El asistente se apresuró a tomar la tablet, sin atreverse a decir una sola palabra, y salió rápido de la oficina.

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