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El día que mi viudez se canceló romance Capítulo 73

Desde el principio hasta ahora, Marisa siempre lo había llamado “señor Olmo”. Sin embargo, justo en ese instante crucial, decidió decir su nombre.

Rubén le echó una mirada rápida al menú.

—Me da igual, lo que tú quieras está bien.

Marisa se quedó pensativa unos segundos antes de insistir:

—¿No hay nada que no te guste?

Al verla tan cautelosa, a Rubén le invadió una oleada de ternura.

Si Marisa no podía atreverse a decir lo que realmente sentía, tal vez era momento de que él le abriera el camino.

—Marisa, lo que vayamos a comer no importa. ¿No será que tienes algo que quieres decirme?

Aunque ya se había preparado para cualquier cosa, al ver la manera en que Marisa dudaba, Rubén sintió un peso en el pecho, una presión que no lo dejaba en paz.

Aun así, Rubén tuvo que tranquilizarla:

—No pasa nada, Marisa. Lo que tengas que decir, dilo sin problema.

Incluso acompañó sus palabras con una ligera sonrisa, buscando hacerla sentir más cómoda.

En el fondo, Marisa se preguntaba si Rubén ya sospechaba que iba a pedirle ayuda.

Pero ni ella misma estaba segura de si debía hacerlo o no. Por eso lo había invitado a cenar, esperando poder platicar con calma y decidirse.

Si firmar con NC o con otra empresa no afectaba en nada al Grupo Olmo, quizá Marisa podría animarse a hablar. Pero si implicaba consecuencias, sobre todo económicas, le resultaba imposible pedirle ese favor a Rubén.

Después de todo, Rubén era un hombre de negocios.

Para un empresario de verdad, los intereses no se negocian.

Marisa se sintió atrapada, así que optó por pedir la comida primero.

Como no tenía idea de qué le gustaba a Rubén, eligió los platillos más famosos de ese restaurante tailandés: camarones y cangrejo al curry, entre otros.

Lo típico no suele fallar, pensó.

—Rubén, perdón por hacerte venir hasta acá estando tan ocupado. Te invité hoy porque quería platicar contigo sobre la familia Loredo.

¿La familia Loredo?

Así que, al final, sí había acertado.

Samuel seguramente ya le había contado la verdad a Marisa, y ella todavía no había podido olvidarlo.

Por eso, ahora venía a decirle que quería romper el compromiso.

De pronto, la garganta de Rubén se sintió como si le hubieran echado polvo venenoso; hasta respirar se le volvió complicado.

Levantó la mano, deteniendo a Marisa antes de que siguiera hablando.

Algunas palabras, escucharlas de boca de Marisa, tal vez terminarían siendo el peor recuerdo de su vida. Así que, si era necesario, prefería ser él quien las dijera.

—Ya lo sé… ¿Quieres cancelar el compromiso, cierto?

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