Quien siembra vientos, cosecha tempestades.
Hay personas que, por más que busquen fastidiar a otros, nunca piensan si podrán soportar el golpe de regreso.
Marisa arqueó las cejas, sin molestarse en responder. Simplemente se dio la vuelta y siguió a Samuel hacia el garaje.
Samuel, servicial, acomodó la pintura al óleo en el asiento trasero y luego, como si quisiera quedar bien, le abrió la puerta del copiloto a Marisa.
Incluso estuvo a punto de abrocharle el cinturón de seguridad él mismo, mostrándose demasiado atento.
Pero Marisa lo detuvo en seco.
—Yo puedo sola.
Sin darle tiempo a replicar, se abrochó el cinturón con rapidez.
Apenas salieron de la casa de la familia Loredo, Samuel no aguantó la tentación y soltó:
—Marisa, ¿de verdad piensas que soy tan bueno como dicen?
Si no fuera porque esa noche casi no había comido nada, Marisa ya habría vomitado del asco que le provocaba Samuel.
Entre más lo pensaba, menos le convencía lo que había hecho. Sí, le había dado su merecido a Noelia, pero ahora tenía que soportar el doble de incomodidad con Samuel.
Marisa no tuvo más remedio que contestar, tragándose el disgusto:
—Sí, la verdad es que eres una buena persona.
Samuel esbozó una sonrisa satisfecha y empezó a buscar cualquier pretexto para platicar con Marisa.
—Marisa, esta vez le diste un empujón enorme a NC. Tengo que agradecerte como se debe. ¿Cuándo tienes tiempo? Yo te invito a cenar.
Marisa se apresuró a rechazar con educación:
—Señor Loredo, ahora mismo por cómo están las cosas, no es apropiado que salgamos a comer juntos. No vaya a ser que empiecen a hablar mal de nosotros.
Samuel la miró con un entusiasmo que rayaba en lo incómodo.
—¿Y si sí fuera apropiado? ¿Saldrías conmigo?
—Nada, es que tengo sueño. Voy a cerrar los ojos un rato.
Cerró los ojos y fingió dormir, sin ganas de seguir escuchando a Samuel.
Ese hombre que alguna vez creyó perfecto, ahora parecía tener todos los defectos posibles.
Eso de la “mujer que uno idealiza” y la “mujer que termina eligiendo” nunca había sido tan claro. Siempre escogen lo más común, y lo que no eligen, queda idealizado para siempre.
Entre sueños, Marisa sintió el carro detenerse en la casa de la familia Páez.
Samuel no hizo ningún intento por despertarla.
Al contrario, con mucho sigilo, sacó una botella de perfume sin etiqueta del compartimento central y la roció cerca del rostro de Marisa.
Un aroma extraño, cálido y dulce, empezó a llenar el asiento del copiloto.
Marisa frunció el ceño y abrió los ojos, pero todo a su alrededor se volvió borroso.
Las imágenes se superponían, y el olor persistente le nublaba los sentidos. Sentía que alguien se acercaba cada vez más desde el asiento del conductor, pero no lograba distinguir el rostro de esa persona…

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El día que mi viudez se canceló