El disparo resonó en el lugar, la gente corría despavorida de un lado a otro para resguardarse de los disparos, todos gritaban desesperados.
Pero en el suelo yacía una mujer herida y enseguida apareció un hombre vestido con un uniforme camuflado de negro, con el rostro cubierto con un pasamontaña, se acercó y revisó los signos vitales de la mujer que aún seguía con vida, mientras marcaba a emergencia para que enviaran una ambulancia.
La gente que no lo conocía lo miró temerosa, porque el hombre en frente exudaba peligro, poder, cuando se quitó el, un respiro de admiración salió de la boca de algunas mujeres, y es que Melquiades tenía los ojos azules intensos, una mirada penetrante y una mandíbula cuadrada capaz de dejar sin aliento a cualquiera.
Conrado caminó hacia él, se dieron las manos en señal de que todo estaba bien, ellos habían planificado eso, porque Conrado había sospechado que algo así podía ocurrir, se había acostumbrado a dejarse llevar or su instinto y este nunca le fallaba.
—¿Estás bien? —preguntó Conrado y este asintió.
En escasos segundos la ambulancia llegó, como la mujer estaba alejada del salón, enseguida le prestaron auxilio, sin embargo, por el camino le dio un paro respiratorio y falleció.
Cuando se la llevaron una tensa calma llenó el ambiente.
—Será mejor que terminemos esta reunión —pronunció Cristal con tristeza.
—No, ¿Por qué lo haríamos? Esa mujer no significa nada para nosotros, no podemos dejar que perturbe nuestra felicidad, es lo que buscaba y no vamos a darle gusto —señaló Conrado con firmeza—, así que vamos a seguir celebrando la boda de mi hermana. Señores, la fiesta apenas empieza.
Enseguida la gente se animó y comenzó a bailar, entretanto, Conrado en compañía de su esposa, observaron a Cristal durante toda la noche, notando que ella sonreía en todo momento y que Joaquín la trataba con el mayor amor y respeto. Incluso en la pista de baile, él la sostenía con ternura y la hacía girar con gracia.
—Son hermosos y estoy segura que serán felices —expresó Salomé y Conrado acarició su mano con suavidad.
—También lo creo —respondió Conrado.
En ese momento, Amador se sentó a un lado de Conrado y este se quedó viéndolo, de manera disimulada, Salomé se levantó dejándolos solos y se fue a bailar con su padre.
—¿Qué pasa? ¿Por qué esa expresión? —interrogó.
—¿Puedes creer que esa mujer me rechazó por no sé qué número de veces? Hasta ya perdí la cuenta, dime ¿Qué tengo que hacer? Es la persona más testaruda que conozco. —expresó con pesar.
—Tal vez no es testarudez, sino desconfianza, pero me sorprende que seas precisamente tú quien me estés pidiendo consejos a mí, cuando estabas aconsejando a Joaquín —señaló Conrado con curiosidad.
—Porque veo que Salomé es muy parecida a Lea, son mujeres muy tercas y con una voluntad indoblegable —articuló con seriedad.
Conrado soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro a Amador.
—Entonces, amigo mío, tienes dos opciones: rendirte o luchar. Si realmente la quieres, deberías demostrárselo. Pero también debes tener en cuenta que hay cosas que no podemos forzar. Si ella no te corresponde, tendrás que aceptarlo y seguir adelante.
—Yo sé que si se siente atraída por mí, pero es como si sintiera miedo de darse la oportunidad, a pesar de que durante todo este tiempo le he demostrado mi verdadero ser —pronunció un poco contrariado.
—Bueno, demuéstrale que eres sincero, que la respetas y que estás dispuesto a luchar por ella. Sin embargo, si ves que hay mucha oposición de su parte… entonces aléjate de ella.
—¿Cómo así? —interrogó sin entender esa posición.
—Puede ser que se sienta muy segura de ti, y crea que siempre estarás allí para ella, demuéstrale que no, dile que te vas, eso le hará pensar, aunque también está en la posibilidad que piense que es una táctica de manipulación de tu parte, de que crea que no serás capaz de irte, sin embargo, cuando se dé cuenta de que es verdad, te buscará o intentará detenerte y en última opción es que en verdad no te ama —pronunció.
Amador asintió y con una sonrisa en su rostro se levantó del asiento, buscó a Lea, quien estaba bailando con alguien en la pista de baile.
—¿Me permites un momento? —interrogó y el hombre con quien bailaba, se separó disculpándose.
Él vio la expresión de molestia en ella, y solo sonrió.
—¿No te agrada que te haya separado de tu pareja de baile? —interrogó y ella lo miró desafiante.
—Si, me molesta, porque el hecho de que seas mi jefe, no te da derecho a intervenir en mi vida… yo pudiera decir que eres un acosador, ni siquiera me dejas respirar, invades cada espacio de mi vida, apoderándote de el y me siento ahogada —expresó con firmeza.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS