Conrado y Salomé estaban sentados en un banco del jardín tomados de la mano mientras veían a sus hijas jugar con sus muñecas.
Con la otra mano él acariciaba el prominente vientre de su esposa.
—¿Te sientes bien? ¿No te duele nada? —interrogó un preocupado Conrado.
—Estoy perfectamente, con un antojo de comerme unos ricos helados, es que este bebé me da mucha hambre.
—Voy a buscártelos y a las niñas que seguramente cuando te vean comiendo ellas también lo van a querer —respondió dándole un beso con suavidad en su boca, antes de levantarse e ir a la cocina.
Justo cuando se levantó, entró Graymond junto con Kistong y varios de sus hombres con cajas de regalos. Apenas lo vieron entrar, las niñas corrieron hacia su abuelo, este soltó las cajas y se agachó para alzarlas.
—Mis princesas hermosas ¿Cómo están?
Las saludó feliz y es que desde que les habían dicho a las niñas que era el padre de su madre, él se acercó para ganárselas, y no se le hizo difícil hacerlo, o por lo menos no a Grecia, quien desde que lo había visto por primera vez había dicho que era lindo. A Fabiana si le costó un poco más, pero finalmente lo logró.
—Abuelo, ¿Me trajiste maquillaje? —preguntó Fabiana, calladita, para que su padre no la escuchara.
Ella le había pedido a su abuelo unas paletas de maquillaje de regalo, pero a Conrado no le gustaba la idea de que sus hijas se maquillaran, porque decía que estaban muy pequeñas, sin embargo, si se trataba de Graymond, él no iba a oponerse y eso era lo que quería aprovechar Fabiana.
—Claro que sí mi amor —respondió divertido Graymond— ese y muchos más regalos para todas.
Las niñas abrieron ansiosamente los regalos de Graymond, descubriendo con alegría todas las cosas que él les había llevado. Fabiana abrió su caja de maquillaje e inmediatamente comenzó a ponerse algo, sin importarle lo que su padre dijera. Grecia, por otro lado, encontró un par de hermosos vestidos, uno color rosa y otro violeta con flecos, uno para ella y otro para su hermana, unas zapatillas plateadas, además, de ropa y zapatos que le quedabas perfecto a las muñecas, una corona y varias joyitas.
Ella salió corriendo a ponerse el vestido para ver cómo le quedaba.
Mientras ellas se iban a arreglar, él se acercó a su hija, la mirada de amor que le dirigió a Salomé le conmovió.
—Hola, papá —lo saludó la mujer acercándose y abrazándolo.
Él correspondió al abrazo con un suspiro, y con lágrimas en los ojos, y es que por más que intentara cada vez que abrazaba a su hija terminaba llorando, sin poder creer que la vida le estuviera dando una oportunidad de tenerla a su lado.
—Hija, no dejo de emocionarme al verte… te pareces tanto a ella… no dejó de pensar en cómo hubiesen sido nuestras vidas si alguien no hubiese metido sus manos. Te amo tanto y daría cualquier cosa por volver atrás y hacer las cosas de manera diferente.
—Papá, ya pasó, no te sigas martirizando por el pasado, ya no podemos cambiarlo, lo importante es que estamos juntos ahora. Yo no tengo nada que cuestionarte. Ahora, debemos enfocarnos en nuestro presente y el futuro, aprovechar y disfrutar de nuestro momento juntos —respondió Salomé, secando las lágrimas de su padre con ternura.
Graymond sonrió y le besó la frente, sintiendo la cálida conexión entre padre e hija. La vida les había dado una segunda oportunidad para estar juntos, y él no iba a desaprovecharla.
Mientras tanto, las niñas regresaron al jardín, Fabiana vestida con su hermoso vestido violeta y su maquillaje de colores brillantes y una sonrisa traviesa en el rostro.
—¡Mira abuelo! —exclamó Fabiana girando para que las admirara.
Graymond soltó una risa y le dio un beso en la mejilla en cada una.
—Estás hermosa, mi princesa.
—¡¿Yo también, abuelo?! —intervino Grecia mostrando su vestido rosa.
—¡Claro que sí amor! Ambas están muy hermosas —respondió su abuelo.
Cuando Conrado llegó con los helados le dio a su esposa y a su suegro, vio a Grecia con la corona, se emocionó al verla tan hermosa como una princesa y caminó para alzarla.
—Estás radiante mi amor —ante sus palabras Grecia besó sus mejillas.
Luego Conrado giró la vista y vio a Fabiana maquillada, sin embargo, antes de que pudiera decir algo, ella se defendió.
—Mi abuelo me trajo el maquillaje de regalo, yo no podía rechazarlo, ni hacerle un desplante —pronunció sería y Conrado negó con la cabeza con resignación mientras Salomé sonreía porque sabía que su hija era tan perspicaz como su padre, eran dos gotas de agua.
—Estoy bien, hija. Solo estaba reflexionando sobre el futuro. No quiero volver a los Estados Unidos, quiero quedarme aquí en Danoka para vivir cerca de ustedes.
—Me parece bien, además, siempre puedes viajar, así no quieras rehacer tu vida, quizás puedas ir a un crucero, me duele mucho, verte siempre triste —le dijo Salomé apretando su mano y mirándolo con cariño.
Graymond asintió, agradecido por el apoyo de su hija y la comprensión que demostraba hacia él. Pero sabía que no era solo tristeza lo que sentía, sino también una sensación de soledad que lo había acompañado a lo largo de los años desde que perdió a Graciela, sin embargo, ya no quería preocuparla más.
—No te preocupes, hija. Aprendí a disfrutar de la soledad, aunque a veces se sienta abrumadora. Pero ahora que los tendré cerca todo será más fácil.
Salomé sonrió, sabía que su padre hablaba con sinceridad y admiraba su fortaleza.
—Siempre estaremos aquí para ti, papá. Y no olvides que también tienes a tus nietas, son unas compañeras de juegos maravillosas —señaló riéndose, porque los tres se compenetraban en el juego y lo hacían correr tanto, que se alegraba de que su padre fuera joven—. Me voy a arreglar para la boda, Julia es una gran amiga, es la mujer que me ayudó más cuando lo necesité, es como una hermana para mí.
—Ve hija, yo me iré a la suite a trabajar unas horas. Cuídate —le dijo besando con suavidad su frente.
Cuando Graymond salió de allí Kistong, se le acercó.
—Señor, hemos encontrado a los hermanos menores de la señora Graciela, fueron adoptados por una familia estadounidense.
Graymond sintió una mezcla de sorpresa y alegría al escuchar la noticia, no podía creer que habían encontrado a los hermanos menores de su amada Graciela. Las emociones se agolparon en su pecho, la alegría de tener una parte de la familia de Graciela en la vida de Salomé y la tristeza de pensar en todo lo que se había perdido a lo largo de los años.
—¿Dónde están ahora? —preguntó Graymond con urgencia, deseando saber más sobre ellos.
—La familia viven en Minneapolis, Minessota, Señor. ¿Quiere que les informemos de su existencia? —preguntó Kistong con una sonrisa comprensiva en su rostro.
—Sí, quiero que les hables y que le preguntes si pueden permitirme acercarnos o ellos venir acá. Esperemos que digan que sí, para darle esa grata sorpresa a Salomé. Quiero que mi hija pueda ser todo lo feliz que pueda ser —expresó con una expresión de esperanza en su rostro.
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