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El Guerrero Potentado romance Capítulo 5

Augusto se quedó helado.

—Sí. Mamá me dijo que papá era un soldado, ¡un gran héroe! —Incluso a través de su estupor, Augusto pudo ver el orgullo y la alegría en los ojos de Marina—. Es más poderoso que Superman y más guapo que Iron Man.

»¡Claro, papá nunca ha venido a verme, pero mamá me ha dicho que es porque tiene que proteger a mucha más gente y atrapar a todos los malos! No lo culpo, pero lo echo mucho de menos... —Marina lloró, y luego se limpió enseguida los ojos—. ¡Pero mamá también me dijo que si estuviera en peligro, o si ella y yo fuéramos acosadas, papá se presentaría ante mí y me protegería!

Los ojos negros como el azabache de la niña parpadearon una y otra vez, con esperanza e ilusión.

—Señor, usted es muy poderoso, así que debe ser alguien enviado por papá para protegerme. Pronto volverá a verme, ¿verdad? ¿No es así?

Augusto sintió que el pecho le pesaba tanto que no podía respirar, así que sólo pudo asentir con lágrimas en los ojos, y respondió:

—Sí. Eres muy inteligente, Marina.

—¡Sí! ¡Papá vuelve a casa! ¡Por fin tendré un papá! —La niña saltó de alegría. Su sonrisa parecía tan pura e inocente, como si fuera un sueño, una alucinación que podía acabar con un solo toque. Lucía también estaba llorando, así que se giró con discreción para limpiarse las lágrimas.

El dolor y el sufrimiento por el que habían pasado todos estos años era algo que sólo ella y Marina conocían; sería difícil de comprender para un extraño.

—Señor Tenebroso, voy a mostrarle un secreto. Sólo usted y yo lo sabemos, no mi profesor y ni siquiera mamá. —Marina arrastró a Augusto a su habitación y sacó un dibujo con expresión melancólica—. ¡Mire, señor Tenebroso! He dibujado a mi padre con uniforme militar. Él es el que sostiene la pistola, ¡y las dos personas pintadas de rojo en la parte de atrás somos mamá y yo! Cuando papá vuelva, mamá ya no será acosada por esos malos. No tendré que tomar el camino largo de vuelta de la escuela porque me asustan los perros callejeros, y Nahuel y los demás ya no me llamarán niña salvaje sin padre...

Las manos de Augusto temblaron cuando sostuvo el inmaduro pero inocente dibujo en sus manos. Todas las emociones que sentía, la fuerte culpa y la auto-recriminación, estallaron en él en un instante y no pudo soportarlo más. «Lo siento, hija mía. Tu padre no es un héroe. Es el hombre más inútil y egoísta del mundo. Un bastardo cobarde y animal». Sintió el impulso de abofetearse a sí mismo un par de veces.

—¿Qué pasa, señor Tenebroso? —Marina parpadeó y utilizó su pequeña mano para limpiar las cálidas lágrimas de Augusto—. ¿Por qué está llorando?

—Lo siento, Marina. Todavía tengo algo que hacer, así que vendré a visitarte otro día. —Augusto dio la vuelta y salió a grandes pasos. Ahora mismo, sus pensamientos eran un lío y lo único que quería era salir de ese lugar, ¡dejar atrás a su yo con culpa!

—¡Augusto! —Lucía lo siguió fuera y exclamó, pero se dio cuenta de que ya se había ido. Frunciendo su delgada frente, sacudió la cabeza—. Qué hombre tan extraño.

El aire se estaba enfriando en el exterior. El alto cuerpo de Augusto se apoyaba en un árbol mientras encendía un cigarrillo, atormentado por pensamientos melancólicos.

Había ensayado miles de maneras de reunirse con Lucía y Marina. Se había preparado psicológicamente para que lo maldijeran, lo regañaran o incluso lo odiaran, pero nunca había previsto que, cuando por fin llegara el momento de enfrentarse a ellas, ¡no pudiera hacerlo!

Augusto agitó la mano con desgana, sentándose de manera relajada en el coche mientras sus ojos centelleaban; la familia Galeano seguía siendo la propia familia de Lucía, después de todo. Si la tonta mujer todavía era lo bastante sensible como para preocuparse por su familia, entonces él no quería sobrepasarse y arriesgarse a entristecerla. Sin embargo, si ellos no se daban cuenta de su error, y continuaban empujándolo hasta sus límites, no le importaría enviar a todo el clan a la otra vida.

—Sí, señor —dijo Lucas y asintió con la cabeza, sin expresar ninguna emoción o desacuerdo: el deber de un soldado era seguir órdenes—. Entonces, ¿a dónde vamos ahora, Jefe Dragón?

«¿Adónde vamos ahora?». Augusto miró por la ventana el tráfico que pasaba por las amplias carreteras, con la nostalgia brillando en sus ojos. Como su segundo hogar, Valverde estaba asociada a muchos buenos recuerdos de la infancia, y a cosas que lamentaba haber dejado atrás.

Por ejemplo, sus padres adoptivos. El Sr. Horacio Castillo y su esposa Ofelia no compartían ni una gota de sangre con él, pero lo trataban como uno de los suyos. Y por supuesto, estaba Anabel Castillo. La chica que no dejaba de molestarle, a la que le encantaba llevar vestidos de flores con el pelo recogido en trenzas, y que no dejaba de llamarlo «hermano Augusto».

Había pasado mucho tiempo desde la noche en que se había ido al ejército sin despedirse. Diez años, por lo menos. «Diez años, ¿eh? Deben haber envejecido bastante. Es hora de que vuelva». Los ojos de Augusto se llenaron de nostalgia una vez más. De todas formas, Lucía y Marina no irían a ninguna parte, así que quizá debería volver a visitar a la anciana pareja para cumplir con sus deberes de devoción filial y cosas por el estilo.

—Vamos a casa, Lucas.

—¿A casa? ¿Vuelve a la capital, Jefe Dragón? —dijo Lucas, sorprendido. Pero en el momento en que esas palabras salieron de su boca, su corazón dio un vuelco y lamentó en silencio su error: ¡acaba de mencionar el tabú del Jefe Dragón!

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