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El Guerrero Potentado romance Capítulo 8

Anabel rechinó los dientes: odiaba a este Augusto aguafiestas, aunque Horacio estaba a todas luces emocionado y se reía.

—Buen hombre. Toma, bebe otra copa con tu padre.

—Brindaré por ti entonces, papá. —Augusto no se perturbó en lo más mínimo, y se limitó a seguir bebiendo y comiendo con Horacio. Emilio estaba siendo dejado de lado por completo, y su expresión se ensombreció mientras seguía hundiéndose en la incomodidad.

Justo entonces, Anabel tomó la mano de Emilio y le dijo con ternura:

—Eres el yerno de la familia Castillo. No te preocupes por lo que acaba de decir papá. —La idea principal era clara: por mucho que Horacio favoreciera a Augusto, no había nada que éste pudiera hacer para cambiar la situación. Al fin y al cabo, era Emilio quien había conquistado a la bella dama.

Emilio se sintió mejor al instante y sonrió mientras respondía:

—¿Cómo podría hacerlo? Ya estoy acostumbrado a que papá sea tan directo. —Pero en su interior, miró a Augusto con una burla maliciosa. No se atrevía a meterse con Horacio, pero en cuanto a Augusto, ¿cómo se atrevía a avergonzarlo en público? «¡Veo que este niño rico va a tener que abofetearte hasta que aprendas humildad!».

Después de una ronda de copas y manjares, todos los invitados se apresuraron a brindar por Emilio y a adular a este rico pariente político con un origen excepcional. Emilio también fue muy generoso, accediendo a ayudar en todo, desde la búsqueda de empleos, préstamos de dinero, e incluso a mover los hilos con funcionarios del gobierno. Eso lo convirtió en objeto de los elogios de todo el mundo, y lo colocó en el centro de atención.

Anabel se estaba sintiendo cada vez más orgullosa, y estaba casi resplandeciente. Menos mal que había tenido buen ojo en aquel entonces y no se había casado con Augusto, ese chico sin dinero, o de lo contrario no estaría obteniendo hoy ese tipo de protagonismo.

Justo en ese momento, una preocupada Ofelia habló de repente:

—Emilio, tu familia dirige un negocio tan grande, así que debes necesitar personal de confianza. Augusto acaba de retirarse del ejército, lo que significa que en estos momentos está desempleado. ¿Por qué no te ocupas de él? —Continuó con torpeza, su mano arrugada levantando tambaleante una copa de vino—. Emilio, nunca te he pedido nada desde que empezaste a salir con Anabel, pero ahora te lo ruego. Ayúdame a conseguir un trabajo para él, ¿de acuerdo?

Augusto se sintió melancólico de repente. Ofelia estaba haciendo esto por él, con total sinceridad, porque eso era el amor maternal; no importaba la edad que tuviera, seguía siendo un niño en su corazón y lo amarían siempre de manera incondicional, con el mayor de los cuidados.

—No es necesario, mamá. —Augusto detuvo a Ofelia. «Tu hijo es ahora el renombrado Dios de la Guerra, conocido en toda esta tierra, y no se inclina ante nadie, ¡ni siquiera ante la familia Chu de la capital!».

Emilio también quiso decir algo para ayudar a Ofelia, pero antes de que pudiera decir nada, Anabel interrumpió con impaciencia:

—¿Puedes no hacer una escena, mamá? La empresa de Emilio no es una obra de caridad. Cada puesto y cada trabajo allí requiere hombres con habilidades profesionales, elegidos a través de múltiples rondas de selección. Augusto no tiene ni la educación ni las habilidades, así que ¿cómo va a ganarse la vida allí? ¿Qué van a pensar los demás trabajadores de Emilio?

Horacio dejó sus cubiertos con una mirada sombría.

—¿Qué, le faltas al respeto a tu madre antes de casarte con la familia de él? Tienes un gran descaro.

La expresión de Anabel era de indignación mientras argumentaba:

—Papá, ¿por qué siempre te pones del lado de Augusto?

—Está bien, está bien. —En este punto, Emilio intervino para hacer de mediador y se rió—. Padre, madre, Anabel tiene razón. Mi empresa emplea a personas muy cualificadas desde el punto de vista técnico, así que no será fácil conseguirle un trabajo a Augusto. Pero ya que me lo han pedido, ¡haré lo que pueda!

Cuando la expresión de Ofelia se transformó en alegría, Emilio fingió pensar un rato y luego le sonrió a Augusto mientras le ofrecía:

Capítulo 8 Una oferta de trabajo 1

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